LA NOTICIA DEL INSTANTE


Como quien escribe vive dentro de lo que sería Sabadell en el microclima del barrio de la Creu Alta, que no deja de ser un pequeño pueblo dentro de la urbe, y con vocación de eremita sale poco de casa y si lo hace es con la bicicleta lejos de carreteras asfaltadas y zonas urbanas, no deja de sorprenderse como cuando bajo en tren a Barcelona, de cuan enchufada está la gente a los móviles de nueva generación, vía Wahtsapp o Instagram, tanto en la ida como a la vuelta, la mayoría de la gente con quienes compartía vagón estaban enchufados tecleando o leyendo y por supuesto sonrientes, salvo un chico que hablaba en voz alta, pero no consigo mismo, como los locos del pueblo de antes, sino a través de un pequeño micrófono, a través del cual discutía que hacer para cenar con alguien que había al otro lado, comentaba que iria a comprar comida congelada y que no se acababa de aclarar con el horno (ya somos dos).  
Sinceramente, me sentía raro, extraño, como desubicado, como si acabase de llegar del espacio exterior a un nuevo mundo, donde, a pesar de tanta comunicación, la gente viaja y vive incomunicada.

Corre por Internet una fotografia en blanco y negro de un vagón lleno de viajeros leyendo el periódico en el tren. Los lectores de periódicos que viajan en ese vagón de tren se encuentran aislados unos de los otros mientras leen las noticias del diario. Se supone que si en lugar de un periódico, leyesen un libro o estuviesen enganchados a su móvil, la situación no variaría demasiado. Sea cual sea el material o formato de una lectura, ésta constituye un acto solitario, aunque el lector se encuentre rodeado de muchas personas. Leer con el mòvil o esribir en él, no deja de ser lo mismo, aunque no se si era tan frecuente que la gente leyera a la vez el periódico en un tren.
Hay que tener en cuenta que el usuario del móvil utiliza el dispositivo para múltiples fines y no para uno solo para intercambiar mensajes instantáneos y archivos de textos e imágenes a través de diversos sistemas y aplicaciones, navegar por Internet para buscar información o material de entretenimiento, comunicarse con otros usuarios por las redes sociales, jugar y hasta hacer fotos, o por cuestiones puramente de trabajo en muchos casos. 
En el fondo en el móvil la lectura de textos y la escritura no son más que funciones casuales. En cambio, la estructura del periódico es muy simple y se mantiene así desde su creación: las distintas secciones en las que se divide y con las que el lector se encuentra al pasar las páginas, deteniéndose en unas más tiempo que en otras. Es posible incluso que ni siquiera se moleste en visitar alguna de ellas. En el diario se busca información y opinión, o sea, conocimientos, por perecederos que puedan ser muchos de ellos, mientras que en el móvil se busca la inmediatez, la noticia del instante. 
La generación de cabezas bajadas es el nombre con el que se los empieza a conocer. Por cierto, ¿en qué pensaba y qué imaginaba toda esa gente antes de la existencia del teléfono móvil, tal como lo conocemos ahora? ¿Qué les pasaba por la cabeza cuando no tenían nada que hacer, como no fuese pensar, recordar o imaginar algo? En varias ciudades las autoridades municipales estan estudiando la posibilidad de prohibir que los peatones crucen la calle mientras escriben mensajes de texto, consultan el correo electrónico desde el móvil o se distraen con cualquier dispositivo electrónico, y en otras ciudades han puesro carril smartphone, igual que hay carril bici, como en la localidad china de Xian o en la de Chongqing se ha habilitado una ruta de treinta metros para quienes usan el móvil mientras caminan. No son muchos metros, pero por algo se empieza. Quizá con el tiempo, la ruta se convierta, por sus enormes dimensiones, en algo parecido a una Muralla china de usuarios de teléfonos móviles. Las tecnologías con las que nos comunicamos están configurando un modelo de conversación privada y pública que no hemos elegido, sino que viene impuesto por la naturaleza de esas tecnologías, con sus ventajas e inconvenientes (y no me refiero a las cuestiones puramente técnicas). En su esclarecedor ensayo Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”, que dedicó a la televisión, el crítico y escritor Neil Postman formuló un reflexión que se mantiene vigente treinta años después y en la era de Internet y de las micro-tecnologías de uso personal. Postman decía que el cambio en la conversación pública derivado de la hegemonía televisiva es una ideología comparable a las que padeció el siglo XX, también con pretensiones totalitarias porque “impone un estilo de vida, un tipo de relaciones humanas y de ideas, sobre las cuales no hay consenso, ni discusión, ni oposición, sino sólo conformidad”. Se trata de la misma conformidad que muestran los usuarios de las redes sociales cuando exhiben voluntariamente su intimidad, como si les pesara preservarla en el reducto de la vida privada. Neil Postman Neil Postman (1931-2003) Postman apostillaba su reflexión señalando que la conciencia pública todavía no ha asimilado el hecho de que “la tecnología es ideología”. Lo es cuando los medios, que se compran y se venden en un mercado en constante expansión, determinan nuestra forma de expresarnos y de entendernos con los demás mediante el señuelo de las múltiples “utilidades” que ofrecen y, por supuesto, la que parece tener más acogida entre sus usuarios y que coincide con el de la televisión: el entretenimiento masivo. McLuhan no se equivocó: el medio era el mensaje. 


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