El flygskam (en sueco: vergüenza de volar) sólo parecía un exceso más del activismo medioambiental cuando la ciclista Anna Hughes empezó a promoverlo hace diez años en el Reino Unido. Denunciaba que “la necesidad de muchos vuelos es discutible, pero el daño que causan al planeta es indiscutible”.
Era un movimiento local, pero la globalización digital le ha dado las mismas alas que a millones de viajeros low cost. Y hoy las aerolíneas comprueban que las clases medias de los países más avanzados comienzan a sentirse culpables por coger el avión.
Es el principio del fin del low cost. - Porque no sólo la escandinava SAS ha notado el frenazo, en especial en trayectos interiores; también los planes de expansión del aeropuerto de Heathrow se enfrentan a la contestación ambientalista de la alcaldía de Londres. Y la alcaldesa Colau recela de la ampliación del aeropuerto de Barcelona. Mientras, la portavoz del flygskam, la activista de 16 años Greta Thunberg, navega ahora hacia Nueva York, en un velero de emisiones cero, demostrando que el tuit ambientalista, cuanto más lento, más lejos llega.
Para distanciarse de Ryanair, una de las diez empresas más contaminantes de Europa (las otras nueve son centrales de combustibles fósiles), la holandesa KLM pide a sus pasajeros que dejen de volar y hagan por videoconferencia sus reuniones de trabajo.
Y – “think global, act local” decenas de pequeños Thunberg en un verano azul que quieren verde nos enternecieron en Sant Salvador al manifestarse, el pasado 16 de agosto, contra el cambio climático, con temperaturas, de 40 grados, que pusieron a prueba el ardor de sus convicciones. Son chavales que preferirán el Interrail de sus mayores al vuelo por 50 euros –el destino era lo de menos– de los veinteañeros que ahora se avergüenzan de volar por volar barato.
Saben que el avión contamina más que ningún otro medio de transporte, porque deja dióxido de nitrógeno en la atmósfera. Por eso, IAG promete reducir emisiones, United Airlines experimenta con biocombustibles e Easyjet pregona mejoras en su eficiencia.
Los fabricantes Boeing y Rolls-Royce prometen motores de avión híbridos y eléctricos en pocos años. Pero lo que vamos a notar ya es la subida del precio de despegar, porque, tras la tasa Macron sobre los billetes, Suecia y Holanda promueven otra, mucho mayor, sobre el combustible aéreo en toda la UE. Y así, en sólo una década, la vergüenza de volar de unos pocos se habrá convertido en coste obligatorio del billete para todos. - LAVANGUARDIA
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