Comenzaremos un nuevo curso político tanto en Catalunya como en el resto de España con el habitual espíritu bronco, malhumorado y antipático. Nuestras élites políticas han fabricado la discordia; y han despreciado las grandes oportunidades de progreso económico que España habría conseguido funcionando con varios motores, al estilo alemán. Han envidiado el motor único de Francia.
“Madrid se va”, decía Maragall hace veinte años. ¿España capital París o España capital México DF? Este verano se ha aprobado el plan Madrid Nuevo Norte. La ciudad avanza hacia el ideal que Ana Botella describió en una entrevista: “La megalópolis del sur de Europa, una capital de 20 millones de habitantes”. ¿Cuanto va a tardar la España vacía o vaciada en darse cuenta de que su vacío es consecuencia del crecimiento elefantiásico de la capital?
Seguramente nunca podrá darse cuenta de su vacío, porque el atractivo del Gran Madrid es un imán para todo español de provincias con talento y ambición. Las élites provinciales defienden el modelo del Madrid colosalista porque esperan hacer negocios allí, triunfar allí, destacar allí, igual que deseaban triunfar en París los más listos y decididos franceses del siglo XIX (aquellos grandes personajes de novela: el Julien Sorel de Stendhal, el Lucien de Rubempré de Balzac).
La inercia del Gran Madrid es inmoderable. Y la resistencia de Barcelona a ser engullida y provincializada también. Este es uno de los fundamentos del conflicto, que persistirá. Mientras tanto, el mundo acentúa su desazón: además de los miedos económicos, de las grandes corrientes migratorias y de la falta de estabilidad mundial, en este verano ha cristalizado el temor a un apocalipsis climático. Parece extraño, ¿verdad?, que en medio de tantas inquietudes mundiales, en España no se pueda acordar un mínimo patriótico. La lógica de la política nos exige abandonar toda esperanza. Quieren que la enfermedad sea crónica. Estamos en el hospital, los médicos se pelean y se ha ido la luz. - lavanguardia
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