Este país, es una tragedia de Esquilo, con sus dirigentes políticos encadenados a su discurso, como Prometeo. O quizás sería más correcto decir que quienes estamos esposados a un destino inmerecido somos los ciudadanos, obligados una y otra vez a acudir a las urnas para no resolver nada. España se merece una dirigencia que sea capaz de entenderse, de dialogar, de negociar. De prometer sólo aquello que se atrevan a cumplir.

Cuando el mundo se desordena en manos de un croupier como Trump, cuando el Brexit está a punto de romper Europa, cuando la sombra de la recesión oscurece el futuro del continente, España no sabe aportar estabilidad a un momento tan delicado, con líderes políticos que no se pueden ver entre ellos. Pero su obligación moral no es ponerse estupendos, ni acorazarse tras sus valores. No esperamos que nos traigan la buena nueva, ni que nos iluminen con una deslumbradora ética. Sólo necesitamos que sean capaces de ponerse de acuerdo en unas pocas cosas a fin de gestionar los impuestos que pagamos todos y de facilitarnos la vida cotidiana a cada uno. El país no está para días históricos, ni siquiera para que le cuenten historias. Los españoles esperan ser gobernados con rigor, criterio y sin falsas ilusiones. No es la hora de astutos prestidigitadores, ni de vendedores de crecepelo.

Escuché ayer a Iñaki Gabilondo decir que la ronda de contactos con el Rey era lo más parecido a un funeral. El problema no es que nos embargue el pesimismo, sino que se nos muere la esperanza. Entre una izquierda que no suma ni se soporta y una derecha que aún suma menos y es irrelevante en Catalunya y Euskadi, hay poco margen para nada. Y ahí siguen unos y otros sin dar salidas, metidos en sus trincheras, convencidos de sus verdades. Franklin D. Roosevelt escribió: “En la vida hay algo peor que el fracaso, no haberlo intentado”. Pues ahí estamos, pasando el duelo. Comprando billetes para un viaje a ninguna parte.- Marius Carol - lavanguardia.com