Europa es un gran escaparate para los africanos, la tierra prometida. Desgraciadamente, en medio de África y este supuesto paraíso, está el estrecho, la Guardia Civil y nuestra intolerancia.
Hay actitudes xenófobas excesivas, sobre todo por parte de los migrantes anteriores aunque sean internos, pero siempre es así, el peor enemigo del migrante último, es el penúltimo migrante o emigrante anterior.
No nos debe sorprender que en barrios obreros se vote a la derecha o la ultraderecha como ocurre en España, Francia, Italia, Bélgica, Austria o Hungría. La gente es cobarde, cuanto más haya perdido el individuo, a consecuencia de su falta de educación, de sus circunstancias personales o laborales el sentido de su autonomía, tanto más se manifiesta la identificación con el conductor, y tanto más la necesidad infantil de apoyo se disfraza con el ropaje de sentirse uno con el Líder ultraderechista.
El pequeño burgués reaccionario se descubre a sí mismo en este líder, en el Estado autoritario y, debido a esta identificación, se siente el defensor de la nacionalidad y de la nación, de la misma manera que el obrero, este líder les dice a unos y otros exactamente lo que quieren oír, y su discurso extremo les complace porque llena y justifica en el fondo todas sus pequeñas miserias. Pero esto no es racismo, es miedo, miedo al otro, al desconocido, al recién llegado que amenaza al supuesto estado del bienestar; pero es lo único que tienen burgueses y obreros, y los migrantes son la amenaza a sus mezquinos intereses.
Tratar de racistas a unos y otros, es una obviedad, pues todos somos racistas, es el miedo al otro, al desconocido, forma parte de la esencia humana, y hay que recordar que el otro, somos nosotros para el desconocido. El problema de los migrantes no es el racismo, pues este racismo sólo es la excusa para justificar la intolerancia y la autoprotección del individuo ante su estatus.
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