Hay dos maneras de marchitar el espíritu de una cultura. Con la primera, -la orwelliana- la cultura se convierte en una prisión. Con la segunda -la huxleyana- la cultura se convierte en una parodia.
No es necesario recordar a nadie que hoy nuestro mundo está afligido por muchas culturas-prisión que tienen una estructura como la que Orwell describió muy bien a sus parábolas. Si se leyera 1984 y Granja animal, y después, para redondearlo, Darkness at Noon, de Arthur Koestler, se tendría una imagen bastante precisa de la maquinaria de control del pensamiento tal como funciona actualmente en muchos países sobre millones de personas. Orwell no fue el primero en explicar-no las destrucciones espirituales de la tiranía. Lo que es insustituible de su obra es que insistió en el hecho de que no importa que nuestros vigilantes sean de ideologías de derechas o de izquierdas. Las rejas de la prisión son igualmente impenetrables, la vigilancia igualmente rigurosa y la veneración de iconos igualmente penetrantes.

Lo que Huxley nos enseña es que es más probable que, en la era de la tecnología avanzada, sea un enemigo con cara sonriente el que nos lleve a la destrucción espiritual y no uno que nos muestre sospecha y odio. En la profecía de Huxley, el Hermano mayor no nos vigila por su propia voluntad. Le vigilamos nosotros, por nuestra propia voluntad. No se necesitan vigilantes ni rejas ni Ministerios de la Verdad. Cuando una población está distraída con trivialidades, cuando la vía cultural se redefine como una rueda perpetua de entretenimientos, cuando la conversación pública seria es una especie de habla infantil, cuando, en resumen, un pueblo se convierte en un público y sus asuntos públicos en un vodevil, entonces la nación corre un riesgo; la muerte de la cultura es una posibilidad real. - neil postman - divirtámonos hasta morir.