LA HORA MÁS OSCURA


Darkest hour es una película muy reciente, de finales del 2017 –sí, en esas mismas fechas– que en España se tituló El instante más oscuro , muy probablemente porque La hora más oscura ya existía y era, asombrosas coincidencias de la vida, una infumable película de jóvenes descerebrados estadounidenses que se enfrentan a alienígenas nada menos que en las calles de Moscú. Sin comentarios... El filme del 2017 tiene a un enorme Gary Oldman de protagonista, encarnando a Winston Churchill en el momento de ­llegar a ser primer ministro y negarse a negociar y buscar un armisticio con Hitler. Les recomiendo vivamente la película, pese a la bastante rutinaria dirección de Joe Wright, porque el espec­táculo del ya casi anciano Churchill, que había sido un desastre como primer lord del almirantazgo, confrontado a un titubeante Jorge VI, vale la pena y justifica todo el metraje. De paso, y al margen de la actuación de Oldman, algo se aprende sobre cómo conducir y conducirse en tiempos de crisis.

El Eixample barcelonés, el corazón y centro de la ciudad, ardió durante días la semana pasada. Y desde luego no fue Londres durante el blitz alemán, que en su momento más intenso acumuló cincuenta y siete noches seguidas de bombardeos e incendios, pero para lo que hemos vivido por estos lares, fue bastante y hasta demasiado. Se equivocan mucho, a mi juicio, los que minimizan la revuelta y su inten­sidad y hablan de que total sólo se quemaron unos cuantos contenedores de basuras. Porque lo que ­vimos fue la turba, formada mayoritariamente por muy jóvenes, estudiantes a cara descubierta y otros encapuchados, muchos con su estelada a modo de capa, algunos protegiéndose con cascos y gafas de esquí (una buena metáfora de quienes habían bajado a incendiar cruces y cha­flanes), decididos a demostrar que las ­calles son de ellos y no de todos. Y dispuestos a sacudirse la rabia y la frus­tración haciendo el vándalo y arrojando piedras y botellas contra los cascos y escudos de la policía.

Espero que sepan disculparme, pero no puedo hoy escribir de otra cosa. El impacto de la algarada sigue demasiado vivo en mí, así como la sensación de que la generación nacida a fines de los cincuenta o en los primeros sesenta ha fracasado, porque son nuestros hijos o sobrinos los que se han propuesto prender fuego al que era nuestro mundo. O como si lo fueran, pues aunque no sean ellos los de los cócteles molotov y los tirachinas de guerrilla urbana, que convengamos eran otros y con peores intenciones, habrá que reconocer que no se sintieron nuestros jóvenes en tan mala compañía, pues se sumaron a la fiesta y también la protagonizaron.

Mi generación ha fracasado: nuestros hijos son los que prenden fuego al que era nuestro mundo

Sí, ya sé, Barcelona tiene una larga tradición de desórdenes tumultuarios: 1909, 1934, la guerra del 36 al 39... Pero en 1951, en la huelga de tranvías, sólo se quemó uno. Y en 1976, en Sant Boi, en la primera Diada consentida, que no autorizada, creo que sólo se detuvo a unos cuantos de ultraderecha que iban con ganas de armar jarana. Parecía que habíamos aprendido y que era una marca de fábrica poderse manifestar sin acabar a los golpes. Pero todo eso se ha desmoronado en estos días.

Las llamas y los choques violentos de la noche del viernes en la plaza Urquinaona fueron tremendos, espeluznantes. Y no podía uno dejar de preguntarse cuántos manifestantes tendrían la menor idea de quién había sido José María de Urquinaona, gaditano que fue obispo de Barcelona brevemente, apenas cinco años, pero que se convirtió en un ídolo del catalanismo. Sobre todo, porque defendió en el Senado el proteccionismo y los aranceles para la industria catalana, y también porque convenció a León XIII de que, en 1880, durante el milenario de su aparición, la Virgen de Montserrat fuese proclamada patrona de Catalunya, pese a las nulas ganas de la diplomacia vaticana de reconocer identidades nacionales que no fueran estatales. Fue en la Diada de 1881 cuando la Moreneta fue entronizada patrona de la catalana terra . Si quieren más méritos, también construyó el seminario conciliar e inició los trabajos de la Sagrada Família, así que con razón se le dedicó una plaza entonces principal y ahora de paso.

Me puede la historia y acuden a mi cabeza estas visiones del pasado, como también recuerdo todo lo leído sobre la primera de las bullangues, la que se inició en 1835 en la plaza de la Barceloneta, en el Torín. Ya saben, la de la canción popular: “El dia de Sant Jaume/de l’any trenta-cinc/va haver-hi bullanga/dintre del Torín./Van sortir sis toros que van ser dolents./Això va ser causa/de cremar els convents”. Quema de conventos y diez frailes muertos en aquella primera bullanga barcelonesa, más la plaza cerrada por la autoridad gubernativa durante quince años. Les reconozco que, en tono menos frívolo, otros les dirán que las revueltas liberales de 1835 a 1843 son hijas del primer carlismo y hasta de la década ominosa. Y podríamos hablar de la muerte del general Bassa y de su cadáver arrastrado por la pequeña pero inclemente multitud, pero no quiero ir por ahí, porque no creo en las maldiciones de raza y tierra, sino en la educación, el progreso y la mejora de las libertades civiles, individuales y sociales.
Casi nunca es gratis saltarse las leyes, aquí y en cualquier parte. Y por mejorable y perfectible que sea nuestra democracia, no es asaltando las calles y prendiendo fuego al mobiliario urbano como la haremos más inclusiva y respetuosa. Muy al contrario, nos arriesgamos a una involución de nuestra democracia y de nuestro sentido de la libertad, que empieza a estar seriamente alterado.

Por mejorable que sea nuestra democracia, no es asaltando las calles como la haremos más inclusiva

“ACAB”, así, en mayúsculas, ha aparecido pintado en paredes y escaparates y en alguno de los contenedores supervivientes. Es un acrónimo inglés, 'all cops are bastards', y lo usan tanto grupúsculos de la extrema derecha como de la extrema izquierda. Para ellos, todos los policías son unos cabrones (traducción libre). Y el combate con los policías, que milagrosamente todavía no han empuñado ninguna de las pistolas que siguen portando, es un nuevo deporte de riesgo, una rebelión contra el futuro con sus toques nihilistas. Y es algo más que una protesta, su alzamiento es una lucha contra la injusticia que protagonizan espíritus puros y, pese a todo, pacifistas. Están en el lado bueno de la historia, con la buena gente. Y tienen al alcance de la mano una idea estrafalaria y romántica de libertad. Pero estos muchachos que saben suficiente inglés para pintarrajear “ACAB” en las paredes, deberían saber quién era Ahab, el capitán que persiguió una ballena blanca hasta conseguir la perdición de su barco y su tripulación.

La hora más oscura és un artículo en la Vanguardia de hoy de Daniel Fernández que suscribo, sólo con una salvedad, cuando dice que su generación ha fracasado, a pesar de ser cierto, habría que recordar que todas las generaciones fracasan desde que el mundo es mundo, el fracaso es inherente al ser humano sea de la generación que sea. Siguiendo con la teoría de Fernández, mi generación (la revuelta la hacen los nietos en mi caso) también fracasó aunque fuera por omisión o indolencia.



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