El auto de fe que paso a relatar ocurrió en pleno centro de Buenos Aires, y no en la época de la colonia sino en 1974, durante el gobierno de Isabel Perón. Quien me contó el episodio fue el finado Carlos E. Alchourrón (alias) Alchie, experto de nivel internacional en Filosofía del Derecho y Lógica de las Normas. El hecho en cuestión sucedió en el patio de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, entonces situada en Viamonte 444. La ceremonia fue presidida por el interventor de la Facultad, el presbítero Tomás Sánchez Abelenda, miembro del Opus Dei. El acto consistió en la quema de una pila de libros de la biblioteca de la Facultad, en particular las obras de Karl Marx, Sigmund Freud, Jean Piaget y Mario Bunge. Lamentablemente para el sacerdote oficiante, los reos no estaban presentes. Ni siquiera fueron notificados. Marx y Freud eran venerados en sus respectivos panteones, Piaget escribía en Ginebra sus últimas obras y yo estaba a salvo en Montreal. Ya se sabe que el fuego purifica. Muchos pueblos salvajes y bárbaros lo han usado con este fin. Y los cristianos han practicado autos de fe con entusiasmo mientras obraron la Inquisición y sus contrapartidas protestantes. 
En su célebre novela La gesta del marrano, el escritor argentino Marcos Aguinis evoca vívidamente el horrendo auto de fe perpetrado en Lima en el año 1639. De sus páginas parece desprenderse el humo de herejes asados. En el auto de fe porteño sólo se quemaron libros. En esto se pareció a la quema de libros "peligrosos" perpetrada por los nazis en la plaza de la hermosa catedral de Freiburg, en 1933. Esta ceremonia purificadora fue presidida por el rector de la universidad local, recién designado personalmente por Hitler: Martin Heidegger, el famoso macaneador existencialista a quien adoran los posmodernos. Confieso que me sentí halagado cuando Alchie me contó que, para mis compatriotas cavernícolas, yo era un autor tan maldito que merecía las llamas. Pero no me gustó nada compartir la hoguera con Freud, a quien considero impurificable. Pensé en hacerle pleito al presbítero por quemarme junto con Freud. Pero un amigo muy leído en derecho canónico me hizo desistir, arguyendo que no hay precedentes de que al reo le permitan elegir compañeros de pira, menos aún en el caso de reos in absentia. Lo que sí reclamo es que se obligue a la orden religiosa a la que pertenece o pertenecía el piadoso, culto y refinado presbítero a que restituya las obras que éste mandó quemar. Al fin y al cabo, se trataba de propiedad pública confiscada sin proceso legal. La restitución debiera de ser posible suponiendo que, como buen inquisidor, el Purificador hizo labrar un acta minuciosa donde constan los títulos de los libros. ¿O tal vez, al igual que los demás sicarios de la dictadura militar, no se atrevió a dejar huellas de su pequeña infamia pese a creer, presumiblemente, que mejoraba sus chances de ganar la vida eterna? 
Eso no fue nada comparado con lo que ocurrió bajo la dictadura siguiente. He aquí otra anécdota, ésta suministrada por una parienta que en 1976 estudiaba Medicina. Aunque no pertenecía a movimiento alguno, la joven fue arrestada y llevada a la Escuela de Mecánica de la Armada, esa prestigiosa casa de estudios. Cuando se le preguntó por su religión, declaró haber sido criada como católica. El esbirro que la interrogaba le ordenó que lo probara, hincándose junto a él para rezar el Padrenuestro. Afortunadamente, la muchacha recordaba la oración y se salvó. Bajo la dictadura, la santa fe hacía de certificado de buena conducta. Pero tuvo tiempo de oír los alaridos de dolor provenientes de las cámaras de tortura vecinas. He contado esos dos episodios porque son otras tantas muestras de los perjuicios que a todos, incluida la Iglesia Católica, causa el compromiso del Estado con una religión. Mientras persista la unión entre Estado e Iglesia, los gobiernos intentarán lograr el apoyo o al menos la neutralidad de un organismo que no debiera de inmiscuirse en política. Mientras persista ese acuerdo peligrarán la enseñanza pública laica y, en particular, la enseñanza de la biología evolutiva, de la psicología biológica y de la sociología de la religión. Y ya que estamos, che, tirame este libro a la fogata. - Mario Bunge