La sociedad llamada democrática, una vez establecida en el estadio de lo espectacular integrado, parece ser admitida en todas partes como la realización de una perfección frágil. Así pues, no debe ser expuesta a ataques puesto que es frágil; por otra parte no es atacable puesto que es perfecta como jamás lo fue sociedad alguna. Es una sociedad frágil porque debe realizar un gran esfuerzo para dominar su peligrosa expansión tecnológica. Pero es una sociedad perfecta para ser gobernada; y la prueba de ello es que todos aquellos que aspiran a gobernar quieren gobernar en ella, con los mismos procedimientos, y mantenerla casi exactamente como es. Por primera vez en la Europa contemporánea, ningún partido ni fracción de partido intenta ya fingir que tratará de cambiar algo importante. La mercancía no puede ser criticada por nadie: ni como sistema general ni como una pacotilla determinada que a los empresarios les ha convenido colocar en ese momento en el mercado.

En todas partes donde reina el espectáculo las únicas fuerzas organizadas son aquellas que desean el espectáculo. Así pues, ninguna puede ser enemiga de lo que existe, ni transgredir la omertà que concierne a todo. Se ha acabado con aquella inquietante concepción, que dominó durante doscientos años, según la cual una sociedad podía ser criticable y transformable, reformada o r revolucionada. Y esto no se ha conseguido con la aparición de nuevos argumentos sino simplemente porque los argumentos se han vuelto inútiles. Con este resultado se medirá, más que el bienestar general, la terrible fuerza de las redes de la tiranía.

Jamás la censura ha sido más perfecta. Jamás a aquellos a quienes en algunos países aún se les ha hecho creer que son ciudadanos libres, se les ha permitido menos dar a conocer su opinión, toda vez que se trata de una elección que afectará a su vida real. Jamás ha estado permitido mentirles con una falta de consecuencia tan perfecta. Se supone que el espectador lo ignora todo, que no merece nada. Quien siempre mira para saber la continuación, no actuará jamás: y ése debe ser el espectador. Con frecuencia se oye citar la excepción de EE.UU., donde Nixon acabó por padecer un día una serie de negaciones demasiado cínicamente chapuceras; pero esta excepción totalmente local, que tenía antiguas causas históricas, manifiestamente ha dejado de ser cierta, puesto que Reagan ha podido hacer recientemente lo mismo con impunidad. Todo lo que jamás ha sido sancionado está verdaderamente permitido. Resulta arcaico pues hablar de escándalo. Se atribuye a un relevante hombre de Estado italiano, instalado simultáneamente en el ministerio y en el gobierno paralelo llamado P2, Potere Due, una frase que resume profundamente la etapa en que -con un poco de adelanto Italia y EE.UU.— ha entrado el mundo entero: "Había escándalos, pero ya no los hay." - Guy Debord.

Creo que Debord debería revisar su planteamiento de la sociedad del espectáculo, al menos en lo que se refiere a Francia, donde su filosofía no acaba de encajar. claro que Françia si que is different del resto de sociedades europeas, si no que se lo pregunten a Monsieur Macron, el Albert Rivera francés.