El pasado domingo aparecieron sin vida un centenar de estorninos en la autovía que une Tarragona y Reus, cerca de un polígono petroquímico. La contaminación nada tuvo que ver. Ya Endesa descartaba este martes que los pájaros hubiesen muerto electrocutados y ahora las imágenes de una cámara de seguridad han revelado que fue un coche el que arrolló a la bandada, que volaba muy bajo, casi a ras de suelo. Un misterio resuelto que me ha recordado una historia del antropòlogo americano Loren Eiseley, 

«Encontrar otro mundo, no es únicamente un hecho imaginario. Puede pasar a los hombres. Y también a los animales. A veces las fronteras se deslizan o se confunden: basta con estar en ese momento. Yo presencié como le pasaba esto a un cuervo. Este cuervo es vecino mío. Nunca le he hecho el menor daño, pero tiene buen cuidado en mantenerse en la copa de los árboles, volar alto y evitar la Humanidad. Su mundo empieza donde se detiene mi débil vista. Ahora bien, una mañana, nuestros campos se encontraban sumidos en una niebla extraordinariamente espesa, y yo caminaba a tientas hacia la estación. Bruscamente, aparecieron a la altura de mis ojos dos alas negras y enormes, precedidas de un pico gigantesco, y todo se alejó como una exhalación y con un grito de terror como espero no volver a oír otro en mi vida . Este grito me obsesionó toda la tarde. Llegué hasta el punto de mirarme al espejo, preguntándome qué habría en mí de espantoso ... 

»Por fin comprendí. La frontera entre nuestros dos mundos se había borrado a causa de la niebla. El cuervo, que se imaginaba volar a su altura acostumbrada, vio de pronto un espectáculo sobrecogedor, contrario para él a las leyes de la Naturaleza. Había visto a un hombre que caminaba por el aire, en el corazón mismo del mundo de los cuervos. Había presenciado una manifestación de la rareza más absoluta que puede concebir un cuervo: un hombre volador..."


Los estorninos debían sentir lo mismo que el cuervo en el momento de chocar con (según pensarían) un coche volador.