A veces se producen extraños fenómenos que carecen tanto de explicación lógica como científica. Suelen ser efímeros; comienzan un día cualquiera sin previo aviso, sólo para inesperadamente dejar de producirse al cabo de unos meses o incluso años. Es lo que ocurrió en el año 2000 con los misteriosos aerolitos de hielo que caían del cielo sobre España, algunos de considerable tamaño y peso. Se dieron casos en los sitos más insospechados. Pero un buen día dejaron de caer sin que nadie acertara explicar por qué.
Ahora bien, no todos esos bloques de hielo cayeron del cielo: aprovechando el clima de miedo colectivo causado por el fenómeno, había quien cometiera pesadas bromitas de muy mal gusto con hielo sacado del congelador de su casa. Con todo, los aerolitos volvieron a caer fugazmente en el 2002, y de nuevo en el 2007. Aun así, el fenómeno sigue sin resolver, aunque no hay que descartar que quizá algún día alguien dé con la respuesta.

La 'bestia' de Gévaudan - Entre 1764 y 1765 se produjo en Francia una aciaga ola de muertes violentas atribuidas a la llamada ‘bestia’ de Gévaudan, una remota y montañosa región meridional por la que anduvo suelto durante meses un enorme canino con aspecto de lobo o perro lobo, que iba dejando a su paso un gran número de víctimas mortales, en su mayoría mujeres y niños, amén de algún que otro daño colateral, como se diría hoy.
Pese a que los primeros ataques registrados en los meses de junio y agosto de 1764 podían no haber sido más que desafortunados accidentes, la acumulación de noticias de casos de víctimas decapitadas y cuerpos atrozmente destrozados, junto con la sospecha de que algún animal les había chupado la sangre, acabaron sembrando la alarma entre el aterrorizado campesinado. Para octubre ya afirmaban los aristócratas y militares que se trataba de un auténtico monstruo mucho más grande y fuerte que un lobo, que no se podía abatir con un arma de fuego convencional.
La bestia seguía cobrando víctimas a lo largo del invierno. Corrían rumores de avistamientos de lobos gigantes, demonios, brujas o hasta hombres lobo que atravesaban los bosques erguidos. Fuera hombre o bestia, se le atribuía ojos brillantes, aliento fétido y descomunales garras. En lo que quedaba del año al menos 60 personas murieron víctimas de la insaciable bestia.
Un miedo antiguo e irracional se apoderó de la población entera. La Nochebuena de 1764, el obispo de la región declaró que la bestia que andaba suelta era un castigo divino que sólo se podía paliar mediante prolongados y sentidos actos de penitencia colectivos.

Voluntarios contra la bestia - El año 1765 arrancó con los próceres de Guévaudan más amedrentados que los campesinos. Lanzaron conjeturas para todos los gustos, la gran mayoría descabelladas. Pasaban de mano en mano espeluznantes dibujos de la horripilante bestia devorando niños o doncellas y comenzaron a presentarse en la región valientes hombres ávidos de vérselas con la bestia. Uno de los primeros, el capitán de los Dragones Jean-Baptiste Duhamel, empleó 20.000 campesinos en una batida destinada a ir acorralando la bestia hasta que él la pudiera matar. No encontraron ninguna bestia, pero no fue óbice para que se ofreciesen voluntarios unos cuantos valientes más, pues ya era una cuestión de orgullo nacional.
Viendo que todo aquello, en vez de tratarse de un castigo divino, era más bien un regalo caído del cielo, la prensa divulgó toda clase de falsas historias sobre la bestia. Al parecer, había sido avistada por miles de personas, pero sin que hubieran dos versiones iguales. Una histeria colectiva se apoderó del país. Temeroso de que la opinión pública le pudiera culpar por las muertes, el Gobierno francés se vio obligado a tomar cartas en el asunto, pero en vano: ninguno de los rocambolescos intentos puestos en marcha logró acabar con la bestia.

El fin del terror - Un buen día, la bestia dejó de cobrar víctimas. No se sabe si a resultas de las penitencias y oraciones de los pecadores, o porque se había cansado de tanto matar. O tal vez debido a que la prensa se cansó de la historia. En fin, el misterio nunca ha sido resuelto. Acaso entra dentro de lo que Ronald Barthes denominaba mythologies, que en nuestro siglo XXI arrecian que es una barbaridad.

¿Será el calentamiento global, como cree Donald Trump, nada más una mitología fruto de la imaginación colectiva?, ¿lo es el coronavirus o la temida crisis que se aproxima y el antiguo e irracional miedo que se ha apoderado de millones de personas sin justificación ninguna? Sea como sea, más vale andar con ojito, no sea que se nos caiga sobre la cabeza un aerolito.

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