El director sueco Roy Andersson obtuvo el León de Oro en el festival de Venecia gracias a 'Una paloma se puso en una rama a reflexionar sobre la existencia', tercera entrega de su trilogía -'Canciones del segundo piso '(2000 ) y 'You, the living' (2007) son las anteriores- sobre el que, como él mismo ha definido, «significa ser humano».
La película es un enorme absurdo, morosa, adoptando una frialdad y estatismo que parecen sacados de un lienzo del hiperrealista estadounidense Edward Hopper, Anderson, se recrea en una escenografía que busca una precisión fotográfica milimétrica, dejando los actores desarrollarse en el espacio construido para evidenciar los malos individuales y sociales de los que sufren.
Algunos personajes se escapan de las mortuorias garras de los muertos en vida, los que aparecen muy escasamente en la película y son gente joven y con amor que exteriorizar. Por otro lado, ocupando la parte central del film, tenemos una radiografía caleidoscópica de una sociedad alienada que estudia su propio pasado, desde la derrota de las tropas del rey Carlos XII en el siglo XVIII, pasando por los principios del siglo XX hasta llegar al día de hoy, compartiendo espacio y tiempo tristeza y frialdad.
El relato se mueve por los dos protagonistas presentes en gran parte de la obra, dos ridículos inadaptados que tratan de sumergirse en el mundo laboral sin ser conscientes de lo que grotescos y obsoletos que resultan los productos que intentan vender. Dos tristes figuras que, como casi todos los personajes de la cinta, lucen un muy pálido y enfermizo rostro al tiempo que se pierden en una incomunicada tristeza llena de una manta de incomprensión que desliza tanto sobre el resto de personajes como sobre ellos mismos. El tormento y la alienación llevará a los personajes a perder en un mundo inconexo y absurdo, donde algunos no sabrán ni en que día viven, mientras que otros parecerán haberse confundido de época. La consecuencia de todo ello son los temores y las crueldades mostradas en dos escenas clave de la película, donde nacen los miedos, se ejemplifican y se crea una perturbación que vacila al alma humana, como advirtiendo que la frialdad y la falta de empatía acabarán siendo los desencadenantes de las maldades del ser humano ligadas a una normalización social, como la de estos ancianos que parecen observar impasibles como su sociedad se ha levantado aplastando a otras.
Todo esto está muy bien, y resulta una crítica cuidadosa de la película, sólo que - lo siento - salvo la estética Hooperiana, la historia que nos cuenta Anderson es pedante, morosa y aburrida, pero a la vez te atrapa, tiene algo que te engancha y hace que la sigas visualizando, por qué de eso se trata, de un extraordinario y desconcertante espectáculo visual y no porque esperes que pase algo, de hecho, no pasa nada y al mismo tiempo pasa todo; la película es como una experiencia sensorial, visual y estética única e irrepetible.
Algunos personajes se escapan de las mortuorias garras de los muertos en vida, los que aparecen muy escasamente en la película y son gente joven y con amor que exteriorizar. Por otro lado, ocupando la parte central del film, tenemos una radiografía caleidoscópica de una sociedad alienada que estudia su propio pasado, desde la derrota de las tropas del rey Carlos XII en el siglo XVIII, pasando por los principios del siglo XX hasta llegar al día de hoy, compartiendo espacio y tiempo tristeza y frialdad.
El relato se mueve por los dos protagonistas presentes en gran parte de la obra, dos ridículos inadaptados que tratan de sumergirse en el mundo laboral sin ser conscientes de lo que grotescos y obsoletos que resultan los productos que intentan vender. Dos tristes figuras que, como casi todos los personajes de la cinta, lucen un muy pálido y enfermizo rostro al tiempo que se pierden en una incomunicada tristeza llena de una manta de incomprensión que desliza tanto sobre el resto de personajes como sobre ellos mismos. El tormento y la alienación llevará a los personajes a perder en un mundo inconexo y absurdo, donde algunos no sabrán ni en que día viven, mientras que otros parecerán haberse confundido de época. La consecuencia de todo ello son los temores y las crueldades mostradas en dos escenas clave de la película, donde nacen los miedos, se ejemplifican y se crea una perturbación que vacila al alma humana, como advirtiendo que la frialdad y la falta de empatía acabarán siendo los desencadenantes de las maldades del ser humano ligadas a una normalización social, como la de estos ancianos que parecen observar impasibles como su sociedad se ha levantado aplastando a otras.
Todo esto está muy bien, y resulta una crítica cuidadosa de la película, sólo que - lo siento - salvo la estética Hooperiana, la historia que nos cuenta Anderson es pedante, morosa y aburrida, pero a la vez te atrapa, tiene algo que te engancha y hace que la sigas visualizando, por qué de eso se trata, de un extraordinario y desconcertante espectáculo visual y no porque esperes que pase algo, de hecho, no pasa nada y al mismo tiempo pasa todo; la película es como una experiencia sensorial, visual y estética única e irrepetible.
Me alegro de que todo te vaya bien, dicen a menudo los personajes hablando por unos móviles que nunca tienen mensajes en su contestador. Una paloma se puso en una rama a reflexionar sobre la existencia, es una meditación sobre el sin sentido de la existencia muy adecuada a los tiempos actuales, y lo hace desde la melancolía, más que desde la provocación, donde todo encuentra su razón de ser en un humor callado, quieto y a la vez penetrante, absurdo y surrealista.
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