Hoy sábado hace cien años que nació Ray Bradbury, el autor de Crónicas marcianas, entre otros libros memorables. El asunto tiene gracia, pienso. En este momento, nosotros estamos actuando como si fuéramos marcianos que visitan la Tierra y deben tomar medidas extremas para no ­caer como moscas en un medio que les es hostil. Los marcianos no pueden infectarse. Se trata de transformar nuestra vida en una vida “otra”, como si quisiéramos fundar una nueva civilización, empezando por reducir la interacción social.

Pero no estamos lo bastante seguros de lo que hacemos porque todo el mundo no es igualmente responsable, hay conciudadanos que desprecian el riesgo real de la pandemia y nos abocan a multiplicar la incertidumbre. Hay días, cuando las cifras de enfermos de Covid-19 aumentan, que nos sentimos como Guy Montag, el protagonista de Fahrenheit 451, la novela distópica en la que Bradbury nos traslada a un futuro donde los libros estarán prohibidos y serán destruidos por los bomberos, por orden del Estado. El bombero Montag tiene un recuerdo de infancia que sirve para describir lo que sentimos muchos ante el asedio del coronavirus: “Una vez, cuando era un niño, estaba sentado en una duna amarilla cerca del mar, en medio de un día azul y cálido de verano, tratando de llenar de arena un cedazo, porque un primo cruel le había dicho: ‘¡Si lo llenas de arena, te doy diez centavos!’. Cuanto más deprisa la vertía, más deprisa filtraba la arena con un murmullo cálido. Tenía las manos cansadas, la arena hervía, el cedazo estaba vacío”. narra Francesc Marc Álvaro en su artículo de lavanguardia.

El impacto que la covid-19 tendrá sobre nuestra manera de pensar y de sentir será determinante, y así quizá entenderemos un poco más el mundo de nuestros abuelos, un paisaje de adversidades donde la voluntad de supervivencia era lo que daba sentido a todo, desde la cuna hasta la sepultura, como ha sido a lo largo de la historia de la humanidad.