NADA VOLVERÁ A SER COMO ANTES



Dudo que haya tantas versiones de un poema como las que conozco, en catalán, de 'Funeral Blues', el magnífico canto de W. H. Auden ante la muerte del amigo, del amante. Esta pieza se hizo famosa porque salía en una escena de "Cuatro bodas y un funeral". Evidentemente, la recitaban en el episodio del funeral. Los lectores acostumbrados a la poesía seguramente ya la conocían, pero así terminó siendo de consumo mayoritario. Es una exigencia al mundo para que se sepa que ha muerto aquel a quien amábamos. Y para que se detenga, para que paren los relojes y para que los teléfonos dejen de sonar. El poema no lo consigue: todos sabemos que la Tierra gira igual sobre su eje, indiferente, mientras vivimos el íntimo, inaplazable dolor. El mismo Auden lo reconocía: "For poetry makes nothing happen", la poesía no hace que pasen cosas. Pero 'Funeral Blues' es un reclamo urgente, un grito inútil para crear un paréntesis ante la muerte. Y termina con este verso: "For nothing now can ever come to any good ". Miquel Desclot lo traduce así. "Que nada nuevo ya nada bueno traerá", que es casi como lo lee Salvador Oliva: "Porque ya nada puede traerme nada bueno". Narcís Comadira lo transcribe de otro modo ("Porque ya desde ahora nada podrá crecer") y Marcel Riera, en una cuarta versión, dice: "Porque ya nada volverá a ser como antes".

Nada volverá a ser como antes. Hemos sufrido una pérdida. Muchos la han vivido en la propia piel del desconsuelo, anunciada o súbita, en la distancia de los abrazos y los besos que no pudieron ser; hay quienes la han percibido como un desapego de las cosas y las esperanzas, en el claustro impuesto o en una vivencia disuelta, sin vigor. Si hacemos caso del poeta, después del duelo ya no hay nada bueno, nada que pueda brotar y crecer. No hay futuro. O después de la pandemia, vivida con un sentimiento similar de pérdida y de colapso. Y, sin embargo, sabemos que la pena se asume, que la incorporamos a la vida y que los relojes no se detienen y los teléfonos siguen sonando. ¿De qué manera, sin embargo, seremos capaces de abandonar la consternación si todavía vivimos en un "ritornello" que se reproduce rítmicamente, que no nos abandona, como las olas que no sabemos de dónde vienen, pero que visitan la arena con cadencia de siglos, una banda sonora de los días que vivimos como si fueran un paréntesis que, cada vez más, se parece a un pozo del que no sabemos la profundidad?

Habrá futuro, pues, pero intentaremos que sea un mañana que nos aboque al pasado. Que nos lo evoque. Será, al mismo tiempo, medicina y ponzoña. La posibilidad de volver y contemplar el paisaje que habitábamos nos sana y al mismo tiempo es un veneno, porque ese escenario - más frívolo, más inconsciente – ahora será, quizás, el de una ruina devastada. Lo contemplaremos con la melancolía de las cosas que ya no volverán a ser, y por eso nos puede envenenar, porque la idea de volver al lugar de donde habíamos partido se nos presenta, cada día con más claridad, como una operación morbosa, que se complace en cosas nocivas. Tendremos que dibujar unos planos nuevos, porque en el viaje a nuestro pasado sólo habrá columpios oxidados y malas hierbas que se habrán tragado las ganas de despegar. Y costará. Porque queremos dibujar nuevas certezas desde la fragilidad de este presente incierto. - Josep Maria Fonalleras - elperiodico.com


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