En la sociedad del espectáculo, cometer una gamberrada no está penado. Son legión los irresponsables que se arriesgan a hacer una locura por ser trending topic o por arrasar en TikTok. El último de esta corte de irresponsables es el que este fin de semana arrojó un pastel contra La Gioconda de Leonardo Da Vinci. Entró en el Museo del Louvre de París sentado en una silla de ruedas y disfrazado de anciana. Afortunadamente, el lienzo está protegido por un cristal antibalas y por una barandilla que impide que los visitantes se acerquen, así que no sufrió daños. Pero el insensato, que fue detenido por los guardas de seguridad del recinto, logró notoriedad en las redes sociales, que seguramente es lo que pretendía.

La historia del célebre cuadro de la Mona Lisa, que acompañó a Leonardo hasta su muerte, acumula episodios grotescos de personajes que intentaron pasar a la pequeña historia del desvarío. En 1956, un boliviano le arrojó una piedra que hizo saltar parte del pigmento del codo izquierdo; en 1974, una japonesa intentó mancharlo con pintura roja cuando se expuso en Tokio, y en el 2009 una rusa le echó una taza de té que se estrelló en el cristal. Antes, en 1911, la tela fue robada por un empleado del Louvre y estuvo dos años desaparecida. Entonces, la policía sospechó de Apollinaire y de Picasso por sus boutades sobre que había que quemar los museos. Así que el exhibicionismo no es nuevo, lo que resulta una novedad es que la gente prefiera hacerse una selfie junto a una tela antes que extasiarse delante de un cuadro o le lance un pastel para tener más likes en Instagram, sabiendo de antemano que no le va a pasar nada entre otras cosas, porque el pastel en realidad no lo arrojó contra el cuadro sino contra el cristal blindado que le protege. Es parte del peaje a pagar en esa deplorable sociedad del espectáculo. Todo vale por un like.