No es tolerable que, cuando el Gobierno central publica los datos reales de inversión,muy por debajo de lo que consta en los presupuestos, la reacción sea de burla, negación o de ataque preventivo, como ha sido el caso de la presidenta Ayuso de Madrid. No es tolerable que, en el marco de la eterna discusión lingüística, se usen metáforas incendiarias y denigratorias como la del apartheid que pronunció Feijóo, hermana de la injuriosa difamación de Casado sobre los patios de las escuelas catalanas. No es aceptable en modo alguno una distorsión tan colosal que conduce a describir Catalunya en los mismos términos con que Putin se ha referido al Donbass.
Como catalanohablante que siempre he tenido en cuenta no ya los derechos, sino la sensibilidad de los castellanohablantes, me ofende y, sobre todo, me duele muchísimo que durante estos 40 años de democracia, el artículo 1 apartado 3 de la Constitución, sea tan invisible. “La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”.
Los errores y dificultades que ha provocado el independentismo han sido una excusa fenomenal para no encarar una problemática de fondo, que muchos catalanes no independentistas habíamos denunciado. Si esta España siempre tan enervada nos hubiera escuchado, el independentismo no habría tenido éxito, porque habríamos resuelto los principales problemas que impiden a la solidaria Catalunya (que paga mucho más de lo que recibe) sentirse fraternalmente unida al resto de España. La fraternidad no es solo de ida. También es de vuelta. Con insultos y populismo despectivo, la España que no escucha puede ganar, pero nunca convencer. Y si no sabe reencontrarse con Catalunya, España no tendrá la fuerza suficiente para enfrentarse a la oscura época de vértigo económico y conflictividad mundial que se avecina. M.Rajoy es el gran culpable de este desencuentro, más que Puigdemont o Junqueras. Las 876 cajas azules contra Catalunya del Estatut, le perseguiran toda su vida.
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