Cuenta Juliana en la vanguardia una historia deliciosa sobre un diputado cunero. Semanas antes de las elecciones generales de octubre de 1982, Manuel Fraga Iribarne dispuso que el diplomático Guillermo Kirkpatrick, afincado en Madrid, apellido de viejo linaje escocés, encabezase la lista de Alianza Popular (Coalición Democrática en aquellos comicios) en la provincia de Granada. A la junta local del partido no le hizo mucha gracia, como suele pasar en estos casos, pero se dispuso a recibir al cunero con todos los honores. Fueron a buscarlo al aeropuerto y cual no fue su sorpresa al ver un caballero que descendía del avión ataviado con sombrero cordobés.

Le llevaron al hotel Alhambra Palace y al día siguiente el hombre de la triple K compareció ante la prensa con un puro en la mano, el brioso sombrero cordobés y unas botas vaqueras de Ubrique, provincia de Cádiz. Solo le faltaba una faja de Ronda y una faca al cinto, rememoraba hace unas semanas el diario Ideal de Granada . Al concluir el acto, recuerdan algunos veteranos de la política andaluza, alguien de AP se atrevió a preguntarle por qué llevaba sombrero cordobés. Más fresco que una rosa, el candidato cunero respondió: “¡Quiero pasar desapercibido!”.

Otras versiones apuntan que primero fue designado para encabezar la lista de Cádiz, después le adjudicaron Córdoba, momento en que debió comprarse el sombrero, y finalmente le mandaron a toda prisa a Granada. El hombre llegó a su destino electoral un poco confundido. Kirkpatrick consiguió ser elegido diputado, se interesó poco por los asuntos de Granada y congenió desde el área internacional de AP con el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen y con el Movimiento Social Italiano, partido neofascista en cuyas juventudes militó Giorgia Meloni , figura que ha pronunciado el discurso más encendido de la campaña electoral andaluza que concluye hoy, invitada por Vox. Todo adquiere un extraño carácter circular en estos tiempos. Incluso las anécdotas.

El sombrero de Kirkpatrick ha sido recordado estos días en algunas sobremesas andaluzas, a medida que avanzaba la campaña de la diputada alicantina Macarena Olona , la candidata de Vox que hace quince días se lanzó al ruedo con el firme propósito de acaparar todos los focos y todos los titulares. Que hablen de mí, aunque sea mal. Todo empezó con la historia de su empadronamiento en el municipio de Salobreña (Granada), donde nadie la conoce. Quisieron poner en duda la legalidad de su inscripción en el padrón y la Junta Electoral le dio la razón. Empezó bien.

En los carteles imita a la mujer morena del pintor Julio Romero de Torres , muy andaluza, muy española. Apareció fotografiada después detrás de un gran abanico blanco, remachando el tópico andaluz, por si alguien se había quedado con dudas. Declamó en el primer debate televisado y propuso la disolución gubernativa de Comisiones Obreras y UGT en el segundo, después de acusar a Juan Manuel Moreno Bonilla de fomentar la masturbación en las escuelas públicas andaluzas. En un vídeo de campaña, un falso militante del Partido Popular aparecía rompiendo el carnet, en señal de adhesión a la candidata Olona. Era un montaje. En realidad se trataba de un militante de Vox. Ha abusado del tópico, ha sobreactuado y ha traspasado los límites de la caricatura ante una sociedad muy sensible en este aspecto.

La campaña de Olona no ha gustado a mucha gente en Andalucía, más allá de los militantes y simpatizantes de izquierda que detestan profundamente a Vox. Puesto que les ha fallado la cosmética, el resultado de la extrema derecha el próximo domingo expresará de una manera muy clara y muy genuina cuál es la profundidad real de esta corriente política en la región más poblada de España.