En el último tramo de su vida George Orwell se refugió en una casa remota en una isla escocesa para escribir 1984 , aun con la certeza de que todo libro es un fracaso. A lo sumo, uno puede aspirar a saber qué tipo de obra quiere escribir; el resto es imprevisible. Su traductor al ruso, Víktor Golishev, dice que mientras traducía esa novela “sentía que la enfermedad devoraba a Orwell” y que, por eso, “es una obra sobre la desintegración de la existencia”. El novelista y ensayista británico venía de publicar Rebe­lión en la granja, después de que varias editoriales la hubieran rechazado por encontrarla demasiado crítica con los soviéticos. Al fin y al cabo, eran aliados, y nadie quería importunar a Stalin ni a la opinión pública de izquierdas, que miraba para otro lado, a diferencia de Orwell. Este aseguraba que la debilidad de la izquierda fue “querer ser antifascista sin ser anti totalitaria”. Recién enviudado y consciente del deterioro de su salud, se resistía a morir mientras le quedaran libros por escribir. Su lúgubre distopía, la más popular del género, fue a la vez una brújula para tiempos oscuros y su último gesto de fraternidad. No es que 1984 describa la sociedad futura, pero sí algo parecido. Un dato: dos años después de que nos sacudiera la pandemia, la democracia en el mundo tiende a la baja.

Cuando llegó el año 1984, aparentemente no pasó nada y más de uno respiró aliviado. Orwell se había equivocado, sus predicciones no se habían cumplido, al menos del todo, sólo alguna apariencia y sin embargo se cumplieron mucho más de lo que parecía sin que se notara demasiado. Pero mientras respiraban aliviados, se olvidaban de otro escritor inglés, Aldous Huxley. A pesar de lo que muchos creen 1984 y el Mundo feliz, poco tienen que ver aparte de ser dos novelas futuristas. Orwell cree que seremos dominados por una presión externa, en cambio Huxley lo simplifica, quizá da por hecho el gran hermano, pero él cree que los ciudadanos es dejarán dominar víctimas de la propia comodidad y la tecnología.
Orwell temía que acabasen prohibiendo los libros, como lo pronosticaba también Bradbury. Huxley en cambio intuía que no habría motivos para prohibir los libros, simplemente porque no habría casi nadie que los quisiera leer.
Tenía razón Orwell cuando decía que la verdad nos sería escondida como el trabajo que su protagonista desarrollaba en la novela (el ministerio de la verdad), pero Huxley que ya daba por hecho esto, entendía que la verdad realmente se ahogaría en una avalancha de información imposible de digerir para los ciudadanos.
Orwell temía que nos destruyera todo lo que odiábamos y en cambio Huxley creía que lo que nos destruiría era precisamente lo que queríamos. Huxley previó también la clonación, los grandes parques temáticos, los geriátricos y la estupidización y banalización de toda una sociedad que Orwell se negaba a admitir y pretendía salvar dando la culpa al enemigo exterior. Y es precisamente todo lo que amamos lo que nos acabará destruyendo, sin necesidad de ningún enemigo exterior. Nosotros somos nuestro propio y más terrible enemigo.
Visto el paso del tiempo, ya en el año de 2022 parece evidente que Aldous Huxley tenía mucha más razón que Orwell, y una cínica y acertada visión del futuro que ya es nuestro presente que él afortunadamente se ahorró de vivir. Ya no somos ciudadanos, sinó vasallos a los que el Estado ni respeta ni tiene en cuenta para nada. En 2022, en la granja, no habrá rebelión.