Existe un placer innegable en saber que lo que se hace no tiene ninguna base real, que da lo mismo hacer un acto que no realizarlo. Sin embargo, en nuestros gestos cotidianos contemporizar con la vacuidad, es decir, alternativamente y a veces a la vez, consideramos este mundo como real e irreal. Mezclamos verdades puras con verdades sórdidas, y esa amalgama, vergüenza del pensador, es la revancha del ser normal. No son los males violentos los que nos marcan, sino los males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte de nuestra rutina y nos minan meticulosamente como el tiempo. 

E.M. Cioran.