Ahora les llaman limpiadores, pero toda la vida en Madrid fueron barrenderos. Los recuerdo bien, sobre todo en los días de frio en invierno, embuchados en trajes de pana verde limpiando las calles. Los recuerdos vestidos así, viniendo a mi casa para pedir respetuosamente el aguinaldo a cambio de una tarjeta en la que los barrenderos del barrio te deseaban Feliz Navidad. Siento por ellos la misma admiración que por los camareros, un oficio en el que hoy resulta cada día más difícil encontrar mano de obra española. Que te limpien las aceras y quiten de ella las cosas que no podemos imaginar es digno de admiración. No hay sueldo que pague eso. Ha tenido que morir un barrendero para que nos enteremos de que ese trabajador estaba vestido con su ropa reglamentaria fabricada de “poliéster”, quizá el material más inadecuado para un oficio como este. Ha tenido que fallecer este trabajador para que el Ayuntamiento y la empresa contratada hablen ahora de la necesidad de flexibilizar la jornada laboral, algo inaudito que no sabe uno cómo algo así no estaba recogido en un convenio, tanto para los días de calor como de frío. Que uno sepa, desde hace décadas los agricultores de Castilla madrugan, echan unas horas y vuelven a sus casas antes del mediodía. O simplemente no salen. A santo de que sinó estos agricultores comían al mediodía a las 12 y no a las 3 de la tarde. Que esto no suceda en Madrid da qué pensar.