Su Excelencia es la cuarta película protagonizada por Mario Moreno, el popular Cantinflas. Es de 1967 y es una de las que tuvieron mejor fortuna comercial en las salas de todo el mundo. De hecho, en su estreno en Nueva York coincidió y batió en la taquilla a La condesa de Hong Kong, de Charles Chaplin. En esta película, Cantinflas es un diplomático muy menor de la República de los Cocos, que trabaja –es un decir– en la embajada de su país en Pepeslavia. Por azares de la fortuna y por gracia de un guion disparatado, no solo acabará siendo el embajador, sino que protagonizará un discurso memorable ante lo que se supone es la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y de hecho el discurso, atropellado y enrevesado al más puro estilo Cantinflas, lo entronca con el Chaplin de El gran dictador, aunque su altura artística sea mucho menor y las comparaciones, odiosas. En cualquier caso, en un momento de ese monólogo, un Cantinflas formal y oficial pronuncia la siguiente perla (paladéese lentamente): “ Estamos peor, pero estamos mejor, porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora, que estamos mal, pero es verdad”. Este discurso sirve tanto para explicar la actual situación económica, en la que el apocalipsis anunciado no acaba de llegar, como para vestir un posible discurso del mismísimo Núñez Feijóo, muy en su estilo heredero de Rajoy y próximo, a veces, al inmortal Cantinflas. Estamos peor pero estamos mejor es casi el lema paradójico y absurdo de los últimos gobiernos que en España ha habido. Y lo comparten con la fiel y cainita oposición.

Algo pasa, desde luego, cuando tantos líderes sociales y políticos apuestan por el cuanto peor, mejor. Y hay ejemplos a porrillo, desde la marcha de Junts del Govern hasta los intentos del PP por denigrar cualquier dato económico positivo que salga de esa España a la que tanto quieren y tan poco aprecian. Lo mejor de lo peor, en ese sentido, es lo obvio­, que a partir de una situación catastrófica, solo se puede mejorar. O seguir vivos y go­bernando, que ya es lo mejor de lo peor.

Pero algo raro nos pasa, porque ese fragmento tan de Cantinflas casi parece un resumen cabal de por dónde andamos. Curioso, tanto pesimismo en un momento que en realidad es de esperanza. Vencida la pandemia y con la economía no tan maltrecha como cabría esperar, pocas cosas nos de­berían llevar a creer que estamos peor que mal. Pero ni por esas… Lo dicho, algo muy raro nos pasa cuando, gobernando bastante bien, este presidente no acaba de gustar. Y eso pese a sus incuestionables reconocimientos internacionales.

En fin, quedan meses para las municipales y más de un año para las generales, así que hay partido, como diría cualquier castizo, pero no tengo claro si va a haber ánimos para aceptar que lo mejor de lo peor es que lo peor no acaba de llegar y lo mejor está, también con el tópico, por llegar.

El fatalismo como síntoma hispano, tal vez. O la desencantada certeza de que solo se está mejor o peor por comparación, así que todo es relativo. Pero la tormenta arrecia aunque haya muy pocos mimbres para ese cesto. Y día tras día se nos insiste en la inflación, se duda de los datos de empleo o se repite la cantinela cansina de gobierno de independentistas y filoetarras. Será por eso que, permítanme jugar a ser Cantinflas, se me antoja que lo mejor de lo peor es que el peor que no llega hace mejor al que llegó. O sea, que mejor que no vayamos a peor, aunque estemos bien mal. - Daniel Fernández - lavanguardia. Como decia el misterioso filósofo gallego M.Rajoy:  Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político