“Prohibido prohibir” fue una de las consignas más célebres del revolucionario Mayo del 68 parisino. Y es que por aquellas fechas los jóvenes que crecieron durante los años posteriores a la II Guerra Mundial ya estaban bien hartos de verse constreñidos por absurdas prohibiciones de muy diversa índole, fuesen sociales, culturales o sexuales. Para muchos de ellos, llegó a ser insoportable formarse en el seno de una sociedad mojigata cuando clamaba al cielo la clamorosa falta de derechos y libertades, y no sólo en Francia, ni tampoco sólo para los jóvenes. Había sed de libertad. - John William Wilkinson.

A lo largo de los años sesenta irían cayendo por el camino una prohibición tras otra. Fue la década del Concilio Vaticano II; de la desastrosa guerra de Vietnam; de las marchas multitudinarias a favor de los derechos humanos y de la mujer; de la proliferación de drogas; del nacimiento de nuevos estilos de vida alternativos; de la píldora y una promiscuidad sin complejos; de la minifalda, las patillas de bandolero y melenas masculinas; de una mayor accesibilidad a viajes a destinos lejanos como asimismo a toda una serie de literatura largo tiempo oculta al gran público. Fue la bomba.

Sí, fueron muchas las libertades conquistadas durante aquellos agitados años. Pero el paso del tiempo ha demostrado que nada se debe tomar nunca por asentado, ya que en cualquier momento nos pueden ser arrebatadas las libertades conseguidas. Lo mismo pasa con la democracia, como en estos últimos tiempos estamos viendo en cada vez más rincones del planeta. Las libertades menguan ante una nueva ola de prohibiciones impulsada tanto por los mojigatos de siempre pero con la inestimable ayuda de los que se dicen progres, que son los peores, es decir, los más inflexibles a la hora de cercenar nuestras libertades.

Tomen las playas. Ahora, antes de llegar a pisar siquiera la arena, uno repasa incrédulo un gran tablón lleno de pictogramas de actividades prohibidas, que, si ya son muchas, no paran los afanosos ayuntamientos de añadir cada temporada alguna más. Lo mismo pasa en bares y terrazas, aeropuertos y transporte público. En gimnasios, iglesias y burdeles. Y todo esto al tiempo que campan por sus respetos en internet los impulsos más abyectos del ser humano. Por consiguiente, en lugar de mostrar tantas actividades prohibidas, tal vez sería mejor colocar en el tablón tan solo unos pocos pictogramas bien grandes de las limitadas actividades aún permitidas.

Es como si el siglo XXI se empeñara en quitarnos, uno tras otro, nuestros queridos vicios y placeres adquiridos a partir de esos años sesenta, cuando fumar, conducir, beber como cosacos, drogarse, follar, jurar o dejar que se volara la imaginación eran el pan de cada día. Nada de todo esto está hoy al agrado de los neofascistas o sus hermanos de sangre, los autoproclamados progres, pues son tal para cual.

Gobiernen demócratas o republicanos, en Estados Unidos la prohibición de libros se está llevando a cabo a un ritmo frenético, siendo bibliotecas públicas y escolares el principal blanco de los incombustibles censores. Manda la agenda política de cada partido, en la mayoría de los casos impuesta por intransigentes millonarios con ganas de fastidiar al tiempo que cuentan con legiones de partidarios entregados en cuerpo y alma a su infumable causa. Ya son miles los títulos, por muy inocentes que sean, que difícilmente llegarán nunca a las manos de los jóvenes. Próxima estación: la quema masiva de libros en la plaza del pueblo. Y ya sabemos cuál es la siguiente.

Occidente va camino de asumir por voluntad propia la metodología e intransigencia de los talibanes. Los puritanos, sean del siglo que sea, se ven a sí mismos como bondadosos portadores de una verdad que se ha de imponer por el bien de todos. A la fuerza, si hace falta. La Asociación Americana de Bibliotecas intenta defenderse de tamaña oleada de censura impuesta. Frente a la compañas financiadas por millonarios reaccionarios, echa mano al crowdfunding, en un intento desesperado de salvar los libros de las llamas de la hoguera de las agendas políticas. Que tengan suerte. Y que nos sirvan de ejemplo, porque tarde o temprano nosotros también padeceremos el mismo mal. Arrecian las ganas de prohibir que se prohíba prohibir. -