¡PASÁ LA PELOTA!



A raíz del Mundial de Qatar con el triunfo de la albiceleste, he recordado este artículo del argentino Mario Bunge, en el que habla de futbolistas e intelectuales. No se que habría opinado Bunge de este Mundial, aunque positivista como era, seguramente le habria gustado, sobre todo porque la selección de su país de nacimiento "campeonó."

"El título de esta nota parecerá absurdo a quienes crean saber en qué se diferencian los futbolistas de los intelectuales. Dirán que es sabido que mientras los primeros patean, los segundos piensan. Pero quien haya jugado alguna vez al fútbol sabe que, para patear bien y para meter o atajar goles de cabeza, se necesita una buena cabeza. Y quienes se hayan topado con autores posmodernos saben que hay quienes fingen pensar, cuando de hecho no hacen sino patear palabras, formando oraciones que carecen de sentido, así como hay compositores que simulan hacer música enhebrando notas al azar o repitiendo hasta el hartazgo estrofas primitivas. 
Ésta sí que es una diferencia importante entre las dos clases de personas: hay pseudointelectuales, pero no hay pseudofutbolistas. Se puede fingir pensar, pero no se puede fingir pasar la pelota, defender el arco ni meter goles. Se puede pertenecer al comité olímpico sin practicar deportes, pero no se puede participar en una olimpíada sin ser un deportista excelso. La mayor estafa que se puede hacer en la cancha es meter un gol con la mano. Pero para salir ileso de semejante hazaña hace falta ser un Maradona. Y no cualquiera es un Maradona. (Me dicen que lo mismo se aplica a los demás deportes. Puede ser.) El motivo de que la farsa es muchísimo menos frecuente en el fútbol que en el quehacer intelectual es que los aficionados al fútbol constituyen un jurado multitudinario, que se reúne semanalmente en público y selecciona sin piedad. 
Aquí no hay tu tía: en la cancha no valen parentelas, amistades, influencias, coimas ni ideologías. No hay valedores, sino que cada cual tiene que valerse por sí mismo. Todo futbolista y todo aficionado al fútbol sabe que hay jugadores de todas las categorías, y nadie intenta hacerse pasar por miembro de una categoría superior a la que le corresponde. Hay jugadores de cuarta división y jugadores de primera. Hay campeones de vecindario, de ciudad, de región, de país o del mundo. Y en casi todos los casos la clasificación es justa y aceptada como tal. La comunidad futbolista es estrictamente meritocrática: en ella se asciende de categoría exclusivamente por mérito propio. El descenso de categoría es paralelo: no ocurre por maldad ni por intriga, sino por deficiencia frente a un rival más competente. En otras palabras, hay estándares objetivos e internacionales. 
El contraste con la comunidad intelectual es patente: hay intelectuales que son promovidos por un partido, una escuela o una clique. Hay quienes, como Hegel, Husserl, Heidegger y Derrida, han alcanzado fama por ser incomprensibles. Otros la han cobrado por ser buenos expositores de ideas ajenas. Y los hay quienes, aunque no merecen descollar sino en su vecindario, se las arreglan para figurar a nivel nacional o incluso internacional. Y ninguna gloria provincial tiene la humildad de reconocer que hay intelectos superiores al suyo. Con lo que se perjudica ella misma, ya que pierde la oportunidad de aprender. Hay, sin embargo, una comunidad intelectual en la que rigen normas de selección tan rigurosas como las que valen en el fútbol: ésa es la comunidad científica. En ésta se suele distinguir al investigador original del expositor, al profundo del superficial, al riguroso del desaliñado, y al científico de nivel nacional del investigador de nivel internacional. Y casi todos los científicos saben colocarse en el nivel que les corresponde. 
En resumen, al menos en lo que respecta a calidad, lo más parecido al futbolista es el científico. Con todo, hay muchos más farsantes en ciencia que en fútbol. En efecto, en toda disciplina hay algún rincón oscuro en el que se simula hacer ciencia cuando de hecho se hace sebo, se fantasea, plagia o fragua. O sea, hay pseudocientíficos, en tanto que no hay pseudofutbolistas. Pero a la larga los pseudocientíficos son desenmascarados o meramente olvidados. Hay más: tanto el fútbol como la ciencia son cooperativos. No se tolera al jugador que "se corta solo", pues si lo hace puede malograr el gol y frustrar oportunidades de sus compañeros. Tampoco existe el científico solitario, que pretende investigar sin recibir ni dar ayuda. Más aún, los científicos, a diferencia de los futbolistas, cooperan a través del espacio y del tiempo. Por ejemplo, los físicos siguen siendo aprendices de Newton, Maxwell y Einstein. 
Es claro que hay competencia tanto en ciencia como en deporte: hay rivalidades entre equipos y dentro de éstos. Pero estos conflictos son moderados por la exigencia de rigor: en definitiva, gana quien descubre o inventa más o mejor y en buena ley. Quien intenta ganar por la fuerza o el engaño es descalificado. Un penal en el laboratorio es mucho más severo que en la cancha. Otro parecido entre el fútbol y la ciencia es que, en la enorme mayoría de los casos, ambos se practican por el amor al arte. 
Es verdad que hay futbolistas que se compran y venden por millones de euros. Pero éstos son poquísimos y, en todo caso, no se iniciaron en el arte por ambición crematística, sino porque les gustaba jugar a la pelota. En el mundo de los negocios, y sobre todo en el de las estafas, el dinero cría fama, mientras que en el fútbol (aunque no en la ciencia ni en el arte ni en las humanidades) es al revés: allí, la fama puede traer dinero, aunque nunca mucho. Lo que motiva a los futbolistas, al igual que a los científicos (y a los artistas y filósofos), es el juego mismo y el deseo de ser apreciado, y acaso admirado, por los conocedores. La diferencia reside en que el público del científico, artista o filósofo es minoritario, en tanto que el juego del futbolista de un equipo mundialmente famoso puede llegar a ser admirado por cien millones de personas. Pero la fama del deportista suele ser efímera, en tanto que la del científico puede ser duradera, sobre todo cuando lo que ha descubierto o inventado lleva su nombre. Ejemplos: el principio de Arquímedes, las leyes de Newton, las ecuaciones de Maxwell, el pascal, el watt, el voltio, el faraday, el amperio, el curie, el bacilo de Koch, la pasteurización. En cambio, no hay tal cosa con la corrida de Joe di Maggio, el raquetazo de André Agassi, el taquito de Pelé o el cabezazo de Maradona. Estas acciones fueron vistas y son recordadas por muchos, pero eso es todo. ¿A qué se debe esta diferencia? A que la jugada brillante provoca admiración, pero no entra en nuestras vidas como entran las ideas profundas que ayudan a comprender el mundo y a cambiarlo, ni la novela, sonata o pintura que sigue conmoviendo a través de los siglos. ¿Quién se acuerda de los atletas que participaron en las olimpíadas griegas? ¿Y qué recordamos de los Juegos Olímpicos de Munich, aparte del sangriento atentado terrorista? En cambio, seguimos estudiando mecánica cuántica, leyendo a Cervantes, escuchando a Beethoven y admirando a Van Gogh. 
Estos grandes triunfos de la actividad desinteresada han hecho mucho más que entretenernos un rato: han enriquecido nuestras vidas, y con ello nos han mejorado. Ésta es, pues, la principal diferencia entre el fútbol por una parte, y la ciencia (y el arte y los estudios humanísticos) por la otra. El primero existe para quien lo practica y mientras lo practica: no es comunicable ni transferible, mientras que la obra científica, humanística o artística es comunicable a millones a través del espacio y del tiempo. El aficionado al fútbol lo goza o sufre vicariamente durante un rato, mientras contempla un partido, pero en el mejor de los casos no le queda más que un recuerdo. En cambio, el aficionado a la ciencia, las humanidades o el arte piensa y repiensa lo que le interesa cuantas veces quiera o pueda. Y esta actividad no sólo le produce placer, sino que también va remodelando su cerebro, y por consiguiente va enriqueciendo su vida y, con ella, las vidas de las personas con quienes interactúa". ¡Pasá la pelota! - 
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