Cada pueblo traduce en el devenir y a su manera los atributos divinos; el ardor de España permanece, sin embargo, único; si hubiera sido compartido por el resto del mundo, Dios estaría agotado, desprovisto y vacío de El mismo. Y es para no desaparecer por lo que hace, prosperar en sus países -por autodefensa- el ateísmo. Teniendo los ardores que ha inspirado, reacciona contra sus hijos, contra su frenesí que le mengua; su amor quebranta Su poder y Su autoridad; sólo la incredulidad le deja intacto; no son las dudas las que le gastan, sino la fe. Desde hace siglos, la Iglesia trivializa sus prestigios y, haciéndole accesible, le prepara, gracias a la teología, una muerte sin enigmas, una agonía comentada, esclarecida. ¿Si está abrumado bajo las oraciones, cómo no lo estaría bajo las explicaciones? Teme a España como teme a Rusia: en ambos sitios multiplica los ateos. Sus ataques, al menos, le permiten guardar aún la ilusión de la omnipotencia: ¡siempre es un atributo de salvación! ¡Pero, los creyentes! Dostoyewski, el Greco: ¿hay enemigos más febriles? ¿Cómo no preferiría Él Baudelaire a Juan de la Cruz? Teme a los que le ven y a aquellos a través de los cuales Él ve.  Toda santidad es más o menos española: si Dios fuera Cíclope, España le serviría de ojo.

Emil Michel Cioran - Breviario de podredumbre