Jugamos estos días a imaginarnos cornudos. A disfrazarnos con el atuendo del asaltante más famoso del congreso americano, y a teorizar sobre lo probable que en España acaben pasando algunas cosas, parecidas a las que han pasado primero en EEUU y estos dias en Brasil. Josep Martí Blanch, nos recuerda una evidencia de que desde lo que queda del proces se niega sistemáticamente, el paralelismo del asalto a los parlamentos de EEUU o Brasil, con el asalto al Parlament de Catalunya del 2011, cuando Artur Mas y la entonces presidenta del Parlamento, Núria de Gispert, tuvieron que llegar al Parlament en helicóptero para poder iniciar la sesión de aprobación de los presupuestos. Los manifestantes pretendían impedir la celebración del pleno. Los congregados procuraron toda clase de cortesías a sus señorías. Desde zarandeos a pintar una esvástica en la chaqueta de una diputada. En el 2012 la extrema izquierda –aún no naturalizada por el sistema– convocó una manifestación que inicialmente debía desarrollarse bajo el lema de Asalta el Congreso. El planteamiento inicial se moderó hasta terminar en “Rodea el Congreso”. El 1 de octubre del 2018, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, lanzaba consignas de ánimo a los manifestantes independentistas para que "apretaran" en la calle. Un día después, los más enojados intentaban tomar por asalto el Parlament de Catalunya con los mossos d'esquadra parapetados en el interior.
¿Estamos parangonando estos tres episodios con lo ocurrido en Estados Unidos y Brasil? No, pero sí. Quizás lo que más se le parezca y permite la comparación directa es el último, ya que se ha alentado directamente desde un cargo institucional. Los otros dos, dado que iban disfrazados de protesta social, son más difíciles de relacionar. Pero sí comparten, por estar inducidos por organizaciones políticas, el autoconvencimiento de que la democracia ha sido usurpada, que quienes formalmente dicen que representan la voluntad popular han dejado de hacerlo y que el “pueblo”, consecuentemente, debe impedirles hacer su trabajo. Estos antecedentes, relativamente recientes y que, insistimos, no admiten el papel de calcar con lo visto al otro lado del Atlántico, sí permiten advertir que la pulsión antidemocrática no anida sólo a la ultraderecha. Cualquier ideario, llevado al extremo, comparte táctica y objetivo: uniforme para los propios y señalamiento para los demás.
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