María Kodama conoció al amor de su vida cuando tenía cinco años. Entonces no sabía que el autor de 'Two English Poems', la poesía que aprendió de memoria en sus clases de inglés era del literato argentino más famoso de todos los tiempos. Años después, entre 1953 y 1954 una María adolescente se encuentra con Borges en una librería de la calle Florida, en Buenos Aires. El escritor ya es mayor y tiene dificultades de visión. PUBLICIDAD María lo saluda y le explica que le conoció de niña recitando los dos poemas ingleses. Borges se interesa por ella. Descubre así que Kodama aún está en Secundaria y le propone estudiar anglosajón, el inglés del siglo X, juntos. "Pero debe ser muy difícil", repone María. El autor, ya muy prestigioso, la tranquiliza: él también tiene que estudiarlo, ¿por qué no hacerlo juntos? Nace así un amor inclasificable. "La vida fue tejiendo una historia maravillosa", dijo Kodama en varias entrevistas sobre este encuentro. El divorcio de sus padres María Kodama era hija del químico japonés Yosaburo Kodama y de la pianista María Antonia Schweitzer. Kodama fue uno de los muchísimos inmigrantes que Argentina recibió en los años 30. Con el objetivo de hacer unas Américas tardías llegó solo a Buenos Aires y enseguida conoció a María Antonia, que pronto se sintió fascinada por un "príncipe exótico de tierras lejanas". La diferencia de edad era notable entre ambos y el matrimonio no prosperó. Se divorciaron cuando la pequeña María contaba solo tres años. Sin embargo, Yosaburo fue clave en la educación de su hija, que nunca pudo superar la separación de sus padres. "El casamiento es el divorcio", diría muchas veces. De hecho, renegó del matrimonio hasta cumplir los 48 años, cuando se casó por poderes con Borges, ya separado de Elsa Astete, su primera mujer.

La foto los presenta a los dos y es conmovedora u horrible: Borges y la Bombal se miran de frente. Data del 77. Jorge Luis Borges es una especie de ciego que da palos de ciego —se cuadra con los militares argentinos, recibe una medalla de Pinochet— y María Luisa Bombal está vieja y cansada. Ambos parecen versiones de cera derretida de sí mismos: él es una caricatura; ella luce deteriorada y a años luz de esa aura de femme fatale o flapper perfecta y atemporal. Y sorprende verlos así, inconscientes de que alguien les hace un retrato, monstruosos en cierta forma. Kodama falleció la pasada semana a los 86 años en Buenos Aires.

No fue Kodama la única mujer en la vida de Borges, también Maria Bombal ocupó un importante lugar en su vida... 


"Con Borges justamente caminaba por Buenos Aires en 1937, hablando de literatura cuando le comentó una idea. “Él me contaba lo que escribía y yo le contaba lo que escribía. Una tarde le hablé de La Amortajada y me dijo que esa era una novela imposible de escribir, porque se mezclaba lo realista con lo sobrenatural”, recordó en el citado testimonio.
Sin embargo, lejos de amilanarse con la opinión del ceremonial y parco autor de Ficciones, Bombal siguió su empeño. “No le hice caso y seguí escribiendo”, recordó. Bombal terminó La amortajada, la historia de una mujer muerta que va recordando su vida mientras su familia la vela y la entierra, y la publicó en 1938. Buen perdedor, Borges reconoció su error en el número 47 de la revista Sur, de agosto de 1938. Ahora alababa la novela".

Años mas tarde en este artículo se trata del reencuentro entre ambos ya muy mayores....

"La Bombal ha vuelto a Chile, ha retornado a Viña. Carga con una especie de síndrome de Bartleby, de un silencio acompañado de ciertos hechos de sangre. Borges ya es Borges, o más bien se ha adaptado a la idea de ser lo que se espera de Borges: se equivocará siempre en política, cerrará los ojos —con una ceguera "amarillo patito" como apuntaría alguna vez Rodrigo Fresán— y sostendrá el bastón y estará María Kodama—la versión boom de Yoko Ono— a su lado, observando desde alguna parte. Pero eso es el backstage. En la foto, María Luisa le toma la mano a "Georgie" y es imposible saber de qué hablan.
Para quien contempla la imagen es inevitable no mirar la cara de ella con asombro. La Bombal parece salida de un cuadro de Goya, de una pesadilla. Mientras él permanece impertérrito, es como si ella —la mandíbula tensa, los ojos salidos, la cabeza emergiendo del cuerpo estirada, como una tortuga que busca el sol— estuviera a punto de quebrarse, de gritar, de saltar de un décimo piso o prenderse fuego. Ya lo ha hecho antes: ha dejado de publicar, y ha transformado su propia vida en una novela perfecta que otros contarán como una leyenda o un murmullo. Ya no le importa nada. O le importan pocas cosas. Y en la foto se nota. Ambos son sombras que hablan entre sí. Fantasmas.

Hay algo de esotérico en la foto, que recuerda vagamente a la luz proyectada por el ectoplasma. A lo mejor, tiene que ver con que luego de la foto se aproxima el fin, el futuro. La Bombal se transformará en una sombra escurridiza, incluso para sus biógrafos. Borges jamás ganará el Nobel.
Ella se encerrará en Viña y la provincia, en alguno de esos caserones altos e imposibles —casi extintos, por cierto— pero que son su propia versión del infierno. O de la fuerza de gravedad de la que ha querido escapar siempre. Y esa fuerza de gravedad la retendrá ahí hasta la muerte, convertida en sus años finales en una especie de estrella enana blanca que destella a veces en las páginas sociales rodeada de hagiógrafos menores. Borges devendrá en una especie de mito contradictorio, pero también en una casa —o un palacio, o un laberinto— donde habitarán las letras latinoamericanas. Habrá que olvidarlo para aprenderlo de nuevo.
La foto de ambos permanecerá ahí, perdida o reflotada según la ocasión. Nunca será una postal. Se convertirá en lo que se convierten las mejores polaroids: la clase de fotos que nos sacan cuando no pensamos sacarnos una foto, los recuerdos de los momentos muertos o del tiempo perdido, la memoria de lo que preferiríamos omitir, no recordar jamás, inventar de nuevo".