Alguien ha propuesto sustituir el concepto de Smart city, cada vez más bajo sospecha de control del Gran Hermano, por el de Smart citizen. ¡Vaya! ¡buena idea! En Cataluña ha nacido una plataforma, con su manifiesto y su web: CIVICAi. Un ciudadano se puede apuntar y participar. ¡Ah! Pero si uno intenta hacerlo, necesita el aval de dos de los firmantes del manifiesto inicial (unos doscientos), así que, en el mejor de los casos, se tratará de una Smart bubble. No se me interprete mal, es una iniciativa encomiable, un toque de atención necesario. Pero alejado del ciudadano que está preocupado por si cierra su empresa, si su hijo ha suspendido o por saber cuándo le darán hora para analizar aquel bultito en la axila que le preocupa. Agobiado, acudirá a las redes en busca de alguna solución fácil y rápida, aquella que le ofrecen los populismos. Es una situación habitual en la generación actual, pero con el surgir de la IA, el ChatGPT, Bing o Bard, son también las generaciones futuras las que se verán abducidas irreversiblemente por un mundo irreal. Sí, aquel donde su cerebro encontrará cobijo mientras le van atando las manos y vaciando el bolsillo.
Y lo que es peor: “sin saber quién se lo está haciendo”. Añadiría: no solo sin saber, sino incluso sin querer saberlo, por falta de tiempo, de ganas o de capacidad de razonamiento para buscar una respuesta. Que las oligarquías sean esquilmadoras no quiere decir que sean tontas. En el ocaso de la sociedad industrial que surgió hace algo más de un siglo, las responsabilidades se han ido diluyendo: los dueños han pasado a accionistas de sociedades anónimas, y estas se han alejado del asalariado mediante intrincadas subcontrataciones, difíciles de controlar; los bancos han traspasado el riesgo a sus impositores; las decisiones macro se han ido alejando del gobierno, local o central, a una poco democrática Unión Europea, y de esta a “la situación mundial”. ¿Cómo puede hincarle el diente el ciudadano de a pie?
Así, la grieta entre dominadores y dominados se va agrandando irremisiblemente, hasta no llegar a percibirse. Una isla con sus palmeras, su golf y piscinas, se aleja de un continente amorfo, burbuja de burbujitas, aisladas y entrechocando entre sí. En una sociedad casi feudal fue posible una revolución; en otra industrial fue posible un salto adelante importantísimo, y costoso, en derechos y condiciones de vida. ¿Alguien intuye cómo se podría generar otro paso relevante hacia una sociedad más justa y solidaria en el mundo de la IA?
No sigo para no empujar al lector en brazos del primer trumpista que pase por ahí. No quiero deslucir la rimbombante iniciativa de la Digital Future Society (DFS), impulsada por el Ministerio del ramo, que propone reflexionar sobre el impacto ético y moral de la Inteligencia Artificial. Pero quisiera dejar clara mi opinión: Mientras la izquierda se entretiene practicando las cuatro reglas aritméticas, la derecha más poderosa, sigilosa e invisible, está ya en ello. La Inteligencia Artificial es un simple instrumento para alcanzar la Sumisión Global. - Antoni Cisteró - infolibre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario