ADIÓS AL TODÓLOGO


¿Cuántas veces nos hemos encontrado con alguien que se lamenta, ante todo aquel dispuesto a escuchar, que el seleccionador nacional no alineara a tal o cual jugador con quien, sin lugar a dudas, habrían llovido los goles? Lo mismo ocurre con asuntos políticos, de salud, de mecánica del automóvil o de la mejor técnica para conseguir que el suflé quede esponjoso. Siempre hay alguien que da lecciones de todo lo demás, sea o no experto. Es más, normalmente no lo es, pero actúa como si supiera de todo. Con no poca sorna, las redes sociales les llaman 'todólogos'.

La psicología tiene un nombre: el efecto Dunning Kruger. “Es esa gente que sólo ha leído medio libro de algo, pero piensa que sabe un montón. En el polo opuesto tenemos el síndrome del impostor. Esa persona que sabe mucho de un tema, pero es consciente de que le queda mucho por saber y duda si su comentario aportará. Incluso, de si es completamente correcto”, señala el creador del podcast Entiende a tu Mente, Molo Cebrián, en una nueva charla de la serie Mejor Conectados, una iniciativa de Telefónica.

Este pudor en expresar una idea en público nace de la prudencia, pero también, del temor al linchamiento público con comentarios chubascos como 'ya salió el avispado', 'me vendrás a dar lecciones tú' o, en tiempos de negacionismo, 'es que te tienen engañados”. Esta dicotomía sale cara a la sociedad, ya que al final se siente más quienes no saben, mientras quienes saben permanecen en silencio por no sufrir burlas, insultos o tener que defender a capa y espada cualquier idea.

No todo es blanco o negro – La polarización de cualquier debate o conversación, por intrascendente que sea, hace que no sea posible una comunicación efectiva. Incluso, que algo tan humano como una charla distendida entre cuñados en la cena de Nochebuena acabe en pelea, intercambio de exabruptos y un 'no vuelvo más a casa de tus padres'. Esta simplificación del mundo entre buenos y malos, conmigo o contra mí, todo blanco o negro, en realidad –explica Molo Cebrián– responde a la inercia de nuestro cerebro para procesar las cosas de la manera más rápida y simple.

Compara el cerebro con la memoria de un ordenador. “Tenemos una memoria ROM y una RAM. Resulta que esta RAM es enana. Como necesitamos tomar decisiones muy rápido, lo inmediato es simplificar los mensajes. Dividimos el mundo en buenos y malos y, por supuesto, nos incluimos entre los bonos”, declara. Gracias a este trapicheo mental los humanos han sobrevivido desde la noche de los tiempos, “porque si tuviéramos que analizar con detalle cada cosa que nos pasa, tardaríamos mucho tiempo en procesar y tomar decisiones”.

La cara B de esta estrategia es que, para simplificar los mensajes, dibujamos todo en blanco o negro, sin gama de grises. Así resulta complicado entender que ahí fuera también hay colores. Y no digamos ya valorarlos, darles credibilidad o asumir que a otros les pueda parecer mejor el verde limón, el naranja rojizo o el lila degradado.

La comunicación es cosa de dos - Hay quienes hablan por conversar, y quienes hablan sólo para que los escuchen. “Para que haya una comunicación efectiva habrá escuchado activa, con empatía, intentando comprender qué siente nuestro interlocutor. Y esto no siempre ocurre. ¿Cuánto tiempo llevamos sin disfrutar de una charla porque, dado que tenemos un punto muy egocéntrico, sólo escuchamos nuestro discurso? Sabemos que el delantero está hablando, pero en vez de escuchar, estamos deseando dar nuestro testimonio y pensando la respuesta”, añade. Sugiere abandonar ese yoísmo y escuchar lo contrario, “simplemente por el placer de escuchar. Y después tómate un tiempo si quieres para responder”.
Pero no basta con tender puentes y empatía a los demás. Para que una conversación sea equilibrada y nos aporte valor debemos sentirnos libres a expresar nuestra opinión, sea o no acertada. Incluso, a cambiar de forma de pensar si encontramos argumentos válidos. “Es otro pilar de la comunicación asertiva. Una conversación debe ser empática, pero en autocuidado. No tenemos porqué ir convenciendo a los demás, pero sí sentirnos cómodos expresando lo que sentimos, que a veces aguantamos demasiado para que no haya problemas”, añade el creador y presentador del podcast de psicología más escuchado en español: Entiende Tu Mente.
Asegúrate de que te entienden bien - Los malentendidos son fuente de desacuerdos e incluso de odios acérrimos que pasan de padres a hijos. En tiempos de las redes sociales y de las comunicaciones ultra rápidas se multiplican las posibilidades de que un mensaje no quede del todo claro y se tergiverse. “El responsable de que el mensaje llegue bien al receptor siempre es el emisor. Es tan sencillo como preguntar “escucha, ¿te ha quedado claro esto? No significa que compartan tus puntos de vista, sino asegurarte de que los han entendido”, declara. Esta apertura a que el otro reciba y entienda mi mensaje, aunque no lo comparta, y viceversa, nos ayuda a movernos confortablemente a toda la escalera de grises. “Así será más fácil que lleguen amistades que ni imaginabas que pudieran llegar a tu vida”, apunta.
La incapacidad de escuchar reduce a los grupos Todos tenemos un sesgo. Factores diversos como nuestra cultura, nuestro entorno, nuestro nivel socioeconómico o nuestro grado de formación determinan la forma en que vemos el mundo. Y esto contribuye aún más a la polarización social. En otras palabras: nos tomamos como un clavo ardiendo a lo que ratifica lo que somos o pensamos. “Tendemos a quedarnos con nuestra opinión, aunque los datos nos digan objetivamente no estamos en razón. Te cogerás a cualquier cosa por no ver que estás equivocado, porque asumir que estás equivocado duele y no queremos que nada nos duela. Por eso seguimos los medios de comunicación que reafirman nuestras ideas como lo haríamos en un círculo con nuestros amigos”, concluye.

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