La inteligencia artificial (IA) va a revolucionar nuestras vidas y es bueno que lo sepamos. Como dice el filósofo Yuval Noah Harari, esta herramienta “tendrá una inmensa influencia en nuestras opiniones y concepciones del mundo”. El nuevo oráculo nos dirá qué cosas nos interesan, debemos leer, comprar o visitar porque nos conocerá mejor que nosotros mismos. Si hoy ya no necesitamos memorizar los números de teléfono porque están en el smartphone o no nos preocupamos por cómo nos desplazamos en coche porque los asistentes nos indican el camino, el riesgo de aborregarnos definitivamente con un sistema que nos redactará hasta los mensajes más ligeros es muy grande. Algunas series o libros de ficción ya nos preparan para este mundo que viene y hemos visto cómo las máquinas seleccionan cuál es la pareja que más nos conviene o a qué partido político deberíamos votar. Que el oráculo decida por nosotros, como el robot ya nos recomienda hoy qué libros o series se adecuan mejor a nuestra personalidad.
En esta fase de inicio de la IA hay dos claras tendencias: los buenistas, que aseguran que la humanidad será capaz de corregir los desvaríos de la IA, y los alarmistas, que, como el historiador y filósofo Harari, afirman que su obligación es advertir de los peligros que puede generar. Un resumen podría ser que la IA es una amenaza, pero también una oportunidad. Y deberíamos aprovechar mejor esta segunda opción y acotar al mínimo todos los peligros que pueda entrañar. Para que me entiendan: la IA debería servir para mejorar nuestra vida cotidiana y resolver cosas tan fútiles como que hoy, en pleno 2023, un calentador pueda estar una semana sin dar agua caliente porque el manitas de turno conectó los flexos del agua fría y caliente al revés. Que venga la IA y lo arregle.