DECLIVE DE LA ALCALDIA

La figura del alcalde siempre había sido la más cercana, la más paternal, la que parecía menos contaminada por las infecciones del poder. Pero la vida urbana se ha ido complicando y el alcalde o alcaldesa aparece como responsable de esa complicación. Empieza la campaña electoral bajo el signo de la decepción. Enmarcada por la confusión y el difuso malestar de los tiempos actuales. - Antoni Puigverd.

Dos ejemplos, entre mil, servirán para observar la complejidad contemporánea: la gentrificación y el tráfico. Si un barrio mejora mucho, es colonizado por quienes pueden pagar más. Pasqual Maragall explicaba que la brillante Barcelona del 92 expulsó a muchos votantes de izquierdas hacia las ciudades metropolitanas. En los últimos 30 años, el turismo ha diseminado por toda la ciudad una versión deformada de la gentrificación. El éxito turístico está perturbando la vida de los centros más admirados pero también de muchos barrios. El caso de los bunkers del Carmel es ejemplar: la masa turística parasitando el único privilegio de ese extrarradio: la panorámica.

El turismo deja dinero, pero mucha suciedad, densifica las calles, expulsa a habitantes, alza de los precios de tiendas, bares y pisos. ¿Cómo ordenar y equilibrar intereses tan antagónicos?

Algo parecido ocurre con la circulación, sea por el asfalto o las aceras: motos, coches, bicicletas, autobuses, taxis, patinetes, madres con cochecitos de criaturas, jóvenes haciendo running, ancianos de paso incierto, gente apresurada, turistas lentos, turistas en grupo, personas sin hogar con sus cartones, repartidores con motocicletas y remolques, manifestantes, vendedores callejeros, mirones de escaparate, padres aparcando cerca de la escuela... ¿Cómo ordenar toda esta variedad en la época del narcisismo, ¿que hace de cada uno de los transeúntes un rey absoluto?

Cuando se habla de crisis de la democracia no se tiene suficientemente en cuenta que los ciudadanos, cabalgando el caballo desbocado del ego, ya no vemos la complejidad del entorno. Las ideologías imperantes no ayudan: estimulan la reivindicación individual o grupal. Todos somos víctimas y siempre hay culpables de nuestros males; todos tenemos derechos, pero somos indiferentes al derecho de los demás.

En cuanto a la política, tiende al fácil juego de acusar a quien manda de las contradicciones que impone la complejidad. Cuando mande quien ahora critica, se encontrará con los mismos problemas y acabará cayendo en semejantes errores. No estoy diciendo que no haya modelos diferentes de gestión y de proyecto de ciudad: están; y muy diversos. Pero promueven intereses o identidades parciales y, por tanto, contribuyen a enmascarar la complejidad urbana.

Por ese camino ha perdido su aura la figura del alcalde. Su auctoritas es cuestionada por los mismos que aspiran a serlo. En las sociedades actuales, la sospecha debilita a todos los poderes. Desconfiamos de todo en las sociedades del ruido y las redes sociales. Pero ya en tiempos más pausados, la sospecha germinaba. En el siglo XIX, cuando en Francia se consolida la sociedad burguesa, Balzac, en Las ilusiones perdidas, dice: “La fama que todo el mundo proclama a menudo no es sino una prostituta coronada”.

La conciencia de que todos los poderes, incluida la alcaldía, son prostitutas coronadas es intensísima hoy en día. Nuestras ciudades están llenas de luz azul, lámpara de pantalla de plasma. Pero son, al mismo tiempo, un oscuro laberinto "lleno de ruido y furia". Si ya en tiempos de Shakespeare era difícil encontrar sentido en el laberinto social, ahora nos disgusta incluso la idea de un sentido compartido. Nos exalta el ruido, la furia nos enamora.

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