Se suele atribuir a Phineas Taylor Barnum (1810-1891) la frase “Cada minuto nace un idiota”. La admisión sin pruebas textuales de esta atribución se debe a su verosimilitud. A pesar de no ser un magnate de la prensa, sino empresario del mundo del espectáculo, Barnum se enriqueció convirtiendo la falsedad en negocio y acumuló un capital que provenía de los bolsillos de decenas de miles de ciudadanos. Su primer éxito lo logró llevando por todo tipo de antros a Joice Heth, una esclava negra de supuestamente 161 años, a quien hacía pasar por la niñera que había criado a George Washington y que explicaba historias entrañables sobre la infancia del primer presidente de los EE.UU. Luego, compró un museo en Manhattan, que transformó en lo que ahora se denominaría un centro cultural polivalente, con una sala de exposiciones con dioramas y prodigios animales y humanos, un pequeño zoológico con bestias exóticas y acuario de belugas, y un espacio escénico donde se ofrecían números de circo y f reak shows, que se convirtió en una de las principales atracciones de Nueva York. Y, finalmente, tras el incendio del museo, se erigió en el rey del circo cofundando “el espectáculo más grande del mundo”, el circo ambulante de tres pistas Barnum&Bailey, donde actuaba el célebre elefante Jumbo.

Barnum hizo fortuna porque entendió el deseo que tiene el público de ser seducido y engañado.

Como han señalado los estudiosos, la clave de los éxitos de Barnum puede relacionarse con el papel que concedía a la información en sus éticamente cuestionables actividades empresariales. Para promocionar los fenómenos con que comerciaba, Barnum imaginaba historias rocambolescas y producía falsos acontecimientos para consumo de los diarios. Mezclaba con cuidado la información y desinformación, y alimentaba sin preferencias tanto la credulidad como la incredulidad y la duda. Después de haber hecho su primera fortuna persuadiendo a la gente de la longevidad de Joice Heth, redondeó el negocio cobrando entradas para asistir a la autopsia multitudinaria que la desmintió. Y siguió un método parecido con una de las piezas más famosas de su local de Manhattan, la sirena de Fiyi (que, en realidad, era un objeto formado con la cabeza y el torso de un mono joven cosido a la parte posterior de un pez), manteniendo viva, como si fuera una cuestión científica, la discusión absurda sobre su autenticidad. Pero esto no quiere decir que Barnum confundiera su público con aquella multitud de idiotas nacidos cada minuto de la frase que se le atribuye. Como sugirió el historiador Daniel J. Boorstein, en The Image: A guide to pseudo-events in America (1962), lo que habría descubierto Barnum era que, en su negocio, no pesaba tanto la falta de escrúpulos del vendedor que deseaba seducir y quería engañar como el deseo de ser seducido y el placer de ser engañado del público. Este planteamiento, que se despreocupa de la verdad para centrarse en las emociones, también se encuentra detrás de la irrupción actual del barnumismo como forma política. - lavanguardia.com