No sé si alguien se va a ofender, así de entrada, pero eso de la corrección política en el lenguaje se nos está yendo de las manos. Y mucho. Pero no es de lenguaje inclusivo de lo que iba a hablar, sino de algo mucho más profundo, Y más peligroso, si me apuran, como nos pasemos de frenada. Y mucho me temo que estamos en ello.
Comenté el otro día que se estaban planteando la supresión de una escena de La vida de Bryan porque podía ser ofensiva para el colectivo LGTBI. Y aún estoy de pasta de boniato. Juro que jamás he oído a nadie, sea de la orientación sexual y del género que sea, exponer una sola queja sobre la película. Salvo, claro está, la de que se pueda desencajar la mandíbula de las carcajadas o se les atraganten las palomitas de la risa, Y eso no computa como queja. No es la primera vez que leo una estupidez semejante. También quisieron meter mano a Charlie y la fábrica de chocolate., a Los cinco y hasta a Dumbo. Y, por supuesto, a Lo que el viento se llevó. Como si adoleciéramos de una inmadurez cultural que requiriera constantemente de vigilancia y, llegado el caso, censura. Porque de eso se trataría si no se tratara de una estrechez de miras de campeonato. Y de campeonato del mundo, además.
Hay que aclarar que en realidad no se ha censurado la obra de Teatro de La vida de Bryan, Johnn Cleese explicó que fueron algunos de los actores en los ensayos previos en los Ángeles, los que mostraron su desacuerdo con el personaje de Loretta. Dicho esto, lo cierto es que no sé cómo hemos llegado a este punto, un punto donde nos instan, incluso, a que desaparezcan las brujas de los cuentos, porque pueden ofender a las mujeres con su imagen estereotipada. Pero si no sabemos distinguir realidad de ficción, y nos atufamos por todo, acabaremos perdiendo. Perdiendo manifestaciones culturales y perdiendo criterio. Porque ya ni las almibaradas historias Disney se salvan de la quema.
Para evitar este riesgo podría apelar como jurista, a la libertad de expresión, pero no lo haré, escribe Susana Gisbert. Utilizaré algo que está al alcance de cualquier persona, con formación o sin ella. El sentido común que, hoy más que nunca, es el menos común de los sentidos. Apelemos al sentido crítico a la hora de valorar una obra y no necesitaremos la muleta de papá estado decidiendo lo que podemos leer o lo que no. Porque eso, nos guste o no, es censura. Y lo que es peor, genera autocensura.
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