No sé si leyeron la necrológica de Màrius Díaz, primer alcalde democrático de Badalona. La escribió Enric Juliana, que lo frecuentó. Su relato de la vida de aquel gran hombre destila el itinerario de unas generaciones que dedicaron sus vidas, en pleno franquismo, a pugnar por la libertad. Con sus generosas manos labraron la democracia que hoy observamos con fatiga y desdén.

Nunca fui comunista, pero conocí a muchos. Compañeros de la lucha antifranquista, les admiraba por el rigor, la constancia, el compromiso, la lealtad. Sé qué significa el gulag­, los millones de exterminados por el comunismo ruso, chino o camboyano: no pretendo aguar ese vino. Pero soy testigo de un hecho: el antifranquismo no habría existido sin aquellos generosos comunistas, que, lejos del totalitarismo, sacrificaron sus vidas para hacer posible nuestra democracia. Manuel Lara, andaluz de Cuevas Bajas, emigrando a Alemania y comunista de La Bisbal de Empordà, es uno de mis héroes personales. Màrius Díaz era un pequeño empresario metalúrgico de Badalona, aragonés de nacimiento, en cuyo taller se escondía el aparato de propaganda del PSUC. Tal compromiso implicaba arriesgarlo todo: la hacienda familiar, la tranquilidad personal y la salud (además de encarcelar, el franquismo pegaba y torturaba). 

Juliana ha narrado en un gran libro la historia, más épica si cabe, de Manuel Moreno Mauricio, un andaluz arraigado en Badalona que sacrificó su vida a los ideales colectivos. Pasó todo tipo de penalidades, sus huesos sufrieron el gélido penal de Burgos. ¿Por qué se arriesgaban tanto? ¿Qué beneficio personal obtenían? Ninguno. Lo suyo era puro imperativo ético.

Ahora los jóvenes políticos y periodistas de derecha, blandiendo la Constitución, utilizan la palabra comunista como un insulto o una alarma. ¿Acaso desconocen que el pacto constitucional hubiera sido imposible sin la aportación esencial del PCE-PSUC? No todo el mundo tuvo el coraje de comprometerse en la lucha antifranquista: quienes lo hacían tendían a ser personas de gran calidad. Idealistas, dialogantes, valientes, empecinados en congregar, reunir, sumar. Defensores de la igualdad y la democracia, idealizaban la cultura como instrumento de progreso. Tras aceptar los pactos y acuerdos alcanzados por los dirigentes antifranquistas con la joven nomenclatura­ franquista que Adolfo Suárez representaba, Màrius Díaz, como tantos otros, participó en la construcción de la nueva democracia.

De repente, pocos años después, cuando aquel esfuerzo parecía dirigirse a buen puerto, la democracia perdió el rumbo. Uno de los primeros síntomas fue la implosión del PSUC. “¿Cuándo se jodió el Perú, Zabalita?”, pregunta un personaje de Vargas Llosa. ¿Cuándo se infectó nuestra democracia, tan esforzadamente alzada? La política se profesionalizó; la sociedad se ha hiperfragmentado; el bloque social popular es débil; el éxito de los nacionalismos vasco, español y catalán ha desco­sido España; el individualismo narcisista eclipsa la visión del nosotros; las redes favorecen la polarización... Con los años, los mi­litantes del antifranquismo se resituaron. Hubo muchos cambios de camisa, pero también muchas lealtades silenciosas. La mayor parte de los protagonistas iniciales, como Màrius Díaz, han vivido los últimos 25 o 30 años en silencio. Viendo como desembocan las elecciones de ayer en una histeria de exaltaciones y lamentos, el silencio de esos dignos y olvidados artesanos de la democracia nos interpela. -Antoni Puigverd