La irrupción de la covid ha cambiado la percepción de la opinión pública sobre la salud. Nunca ha habido tantos relojes inteligentes que recogen los pasos, las pulsaciones y todos los datos relacionados con el bienestar. Vivimos tiempos marcados por la dictadura de la era digital y muy pendientes de las transformaciones que van a llegar de la inteligencia artificial. Hoy en unos pocos segundos podemos saber de forma automática cientos de datos sobre nuestra salud sin necesidad de ir a ningún centro clínico ni recurrir a ningún aparato médico. Por eso es tan gratificante escuchar la voz de un sabio como el cardiólogo Valentín Fuster, que ayer intervino en Foros de Vanguardia para bajarnos de la nube y recordarnos la importancia de las viejas relaciones humanas.
El cardiólogo defendió la importancia de las innovaciones científicas, pero dejó muy claro que “es ineludible” el contacto humano entre médico y paciente.
Para Fuster, la mayoría de los problemas se producen por razones emocionales y, por muy inteligentes que sean las aportaciones de la técnica, no hay nada como la interlocución humana. “Se está perdiendo la buena costumbre de hablar con el enfermo”, señaló. E igualmente podríamos añadir que también está desapareciendo la necesidad de meditar y hablar con uno mismo.
No es el caso de Fuster, que explicó a su audiencia que empieza su jornada laboral a las 5 de la mañana en su despacho en el hospital Mount Sinai en Nueva York y durante 15 minutos para su reloj y no piensa en nada. Se limita a reflexionar sobre la jornada que tiene por delante.
En su opinión, los ciudadanos de nuestro tiempo son demasiado reactivos, se pasan el día corriendo y no tienen pausa para meditar, cuando deberían ser todo lo contrario: proactivos. ¡Cuánta razón tiene! Hay otras formas de decirlo.
Quien firma este artículo describe su trabajo como una locura con un caballo desbocado en la que la principal virtud que tiene cada día es la de dominar a la bestia para conducirla y que la bestia no lo lleve a él por el mal camino.
Bienvenidas la pausa y la reflexión. Las aportaciones técnicas son necesarias, pero nunca como sustitutivo del factor humano.
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