El planeta está desbocado, sequía, incendios, inundaciones, temperaturas récord, orcas que atacan embarcaciones, nutrias que atracan a surfistas, mares muertos de plástico y la cuota diaria de ahogados en el Mediterráneo o el Atlántico. Por cierto, la niña que encontraron en la playa de Roda de Berà, se llamaba Lilia, era argelina y tenía ocho meses. La emergencia climática no ha sido preciosamente el tema estrella de la campaña electoral. Quizás es que nadie habla, nadie hace nada porque ya no hay nada que hacer. Piensan nuestros políticos que ya lo encontrara lo que venga detrás de ellos. Se eliminan concejalías de Medio Ambiente, toman el mando a los negacionistas. No hace falta defender institucionalmente lo que socialmente parece no saber defenderse.

Estamos en la era de la idiocràcia, del cachondeo, no del pasotismo; a un pasota no se le ocurriría viajar al Valle de la Muerte, en California, donde se llegará a la temperatura más alta de la Tierra nunca registrada. Y hacia allí, hacia esa antesala del infierno que acuden una muchedumbre de turistas con ganas de contarlo, de hacerse selfies, por compartido las últimas imágenes en la red. Me atrevería a afirmar que si se supiera que en un día y hora determinados se produciría un tsunami devastador, cientos de individuos e individuas se acercarían a primera línea de mar, para hacerse una foto, sin pensar en las consecuencias.

Mientras, la campaña electoral a la que le quedan solo 3 días, se basa en chistes sobre temas vacíos, eslóganes frívolos y descalificaciones a raudales. El planeta grita y la política se hace el desentendido, como si no fuera con ella. Los abusos medioambientales deberían tratarse como crímenes contra la humanidad desde hace tiempo. Pero ni siquiera los crímenes contra la humanidad merecen ese trato. La ruta del Mediterráneo es la más mortífera del mundo; se calcula que pierden la vida casi tres mil migrantes al año.

Los abstencionistas aseguran que el resultado de las elecciones del domingo servirá de revulsivo. Pero no es que vamos a perder los derechos de golpe, es que se han ido erosionando como las construcciones que nadie cuida y cuyos cimientos no eran sólidos. Si al final se derrumba, costará tanto levantarla de nuevo que vencerá la pereza. Desengañémonos: no saldremos a las calles para recuperar lo arrebatado ni salvar el planeta. Hace demasiado calor, y contemplaremos la derrota, impávidos, mientras se hunden nuestros cimientos.