No cabía duda de que 2020 iba a ser un año fatídico, especialmente para aquellos que se preocupan lo suficiente por el mundo como para tratar de determinar su destino, para los activistas, en resumen. Una de las razones es que 2020 nos trae elecciones en el Estado más poderoso de la historia mundial. Su resultado tendrá un gran impacto no solo en los Estados Unidos, sino también, por razón del poder de los Estados Unidos, en los peligros que afronta el mundo entero.
La naturaleza y la escala de estos peligros se pusieron de relieve al comienzo del año, cuando se colocaron las manecillas del famoso Reloj del Juicio Final, lo que proporcionó una evaluación tan buena como sucinta del estado del mundo. Desde la elección de Donald Trump, el minutero se ha movido constantemente hacia la medianoche, lo que significa que «se acabó». Al llegar el 2020, los analistas abandonaron los minutos y pasaron a los segundos: cien segundos para la medianoche, lo más cercano a un desastre terminal tras los ataques con bombas atómicas y desde la primera puesta en marcha del reloj. Las razones fueron las habituales: la grave y creciente amenaza de una guerra nuclear y de una catástrofe ambiental (con la Casa Blanca orgullosamente liderando la carrera hacia el abismo) y el deterioro del funcionamiento de la democracia, la única esperanza para hacer frente al desastre inminente.
Hay tiempo para salvar la sociedad humana (y muchas otras especies) del cataclismo, pero no mucho. La cantidad de tiempo que queda depende, en gran medida, de las elecciones de Estados Unidos en noviembre de 2020, que pueden convertirse en las elecciones más importantes en la historia de la humanidad, quizás incluso en aquellas que sellen el destino de la sociedad humana.
Palabras terribles, pero ¿son una exageración? Cuatro años más de trumpismo podrían llevar el calentamiento global a un punto de inflexión irreversible. Como mínimo, aumentaría considerablemente los costes de lograr algún grado de supervivencia decente. El desmantelamiento que ha hecho Trump de la delgada barrera que nos protegía de la destrucción nuclear bien podría tener éxito y desencadenar una guerra final; y aunque no la desencadene, acercará aún más al mundo al borde del precipicio. Que Trump repita como presidente le dará a Mitch McConnell más tiempo para proseguir con su asalto a la democracia, pues se dedica a llenar el poder judicial de jueces jóvenes de extrema derecha que garanticen la continuidad de políticas profundamente reaccionarias y destructivas, sin importar lo que prefiera el electorado. Las tres terribles amenazas que llevan el segundero hacia la medianoche son objetivos de Trump y del partido que ahora bebe de su mano, y que está dedicado a intensificarlas.
Solo por estas razones —hay muchas otras— se debe hacer todo lo posible para evitar esta tragedia; y, si ocurre, redoblar los esfuerzos para limitar el daño y abrir el camino a un mundo habitable.
Los analistas del Reloj del Juicio Final podrían haber agregado una cuarta razón para adelantar la manecilla hacia la medianoche: la tibia respuesta a la creciente amenaza a «la supervivencia de la humanidad». La expresión se lee en un memorándum de JPMorgan Chase, el banco más grande de Estados Unidos, advirtiendo de lo que se avecina si seguimos así.1 Las crecientes amenazas de Trump sobre una guerra nuclear total apenas recibieron un pequeño comentario durante la campaña de 2019-2020. Ha habido alguna mención a la entusiasta carrera de Trump hacia la catástrofe ambiental que, aunque no ocupa un lugar destacado entre sus disparates, supera ampliamente a los que suscitan un enorme rencor. Mientras tanto, los republicanos continúan por el alegre rumbo de minimizar la amenaza, tal y como lo vienen haciendo desde hace una década, desde que los sobornos y la intimidación por parte del gigante empresarial de los hermanos Koch detuvieron abruptamente el pequeño paso que habían dado para demostrar preocupación por el destino del país y de la sociedad humana en general. El impacto sobre el público es claro en las encuestas: apenas una cuarta parte de los republicanos consideran la amenaza ambiental un problema inminente para la supervivencia de la humanidad, aunque están de acuerdo en que los humanos tenemos alguna responsabilidad en el «cambio climático» (el eufemismo preferido para referirse al calentamiento global en el discurso público, interpretable como una inundación en el patio de atrás en lugar de tratarse, como se trata, de la supervivencia de la humanidad).2
Apenas una cuarta parte de los republicanos consideran la amenaza ambiental un problema inminente para la supervivencia de la humanidad. Trump, que se jacta de su poder personal, parece estar disfrutando con el espectáculo. Se burla abiertamente de las víctimas en cuya destrucción está trabajando, seguramente con los ojos abiertos y las manos extendidas hacia las arcas de su electorado, principalmente compuesto por los defensores de la riqueza en manos de particulares y del poder empresarial. Un ejemplo sórdido es el anuncio de la Casa Blanca de que el presidente se está interesando por el cambio climático y está leyendo un libro para estar mejor informado. Incluso dejaron caer el título: «Donald J. Trump: un héroe medioambiental».
Es difícil dudar de que ese sea un gesto de desprecio por parte del autoproclamado «elegido» (los ojos levantados al cielo ante una multitud que lo adora, que lo cataloga como el mayor presidente de la historia, su salvador).
Tengo edad suficiente como para recordar las transmisiones de radio de los mítines que daba Hitler en Núremberg; aun sin entender las palabras, el estado de ánimo y el sentido eran inconfundibles. Los mítines de Trump me reavivan esos recuerdos de la infancia. Sin embargo, debemos tener cuidado con la tentación de hablar de fascismo. El nazismo tenía una ideología horrible, que incluía la matanza masiva de judíos y otras conquistas militares indeseables, y también decía que el Partido debía controlarlo todo, incluso el mundo empresarial, que es casi lo contrario de la realidad neoliberal de la que Trump es el actual líder. Donald J. tiene una ideología mucho más sencilla: ¡¡¡yo!!!
Las payasadas de Trump las toleran aquellos a quienes Adam Smith llamó «los amos de la humanidad», que en sus tiempos eran los comerciantes y los industriales ingleses; en los nuestros, las multinacionales y las empresas financieras, llamados «los amos del universo» en una época más global. Los «amos» toleran el espectáculo de monstruos que hay en la Casa Blanca siempre que el principal manipulador sea al menos lo suficientemente disciplinado como para meter más dólares en sus bolsillos, ya de por sí repletos, y cumpla así el objetivo principal de sus políticas «populistas».
Revitalizar la carrera armamentista también parece ser una experiencia gratificante para el elegido, al que no afectarán las consecuencias de la escalada. Seguramente, es un regalo de bienvenida para la industria militar, que se regocija abiertamente por el generoso regalo de los contribuyentes para crear armas aún más asombrosas para destruirnos a todos; y también, más adelante, más regalos para idear algún medio (sin esperanza) de defensa contra los nuevos medios de destrucción que animamos a desarrollar a los enemigos. Volver a los días de Eisenhower y Reagan ofrecería al menos un respiro, tal vez tiempo para poner fin a este horror.
Estos no son asuntos triviales. La supervivencia de la humanidad depende en gran medida de cómo se resuelvan. El año 2020 comenzó con nuevas advertencias. La especialista en salud Helen Epstein escribió que «Estados Unidos sufre una crisis de sanidad colosal», y decía que por culpa de la mala gestión sanitaria se pierden «aproximadamente ciento noventa mil vidas al año». La principal revista médica británica, The Lancet, añadió a la cifra sesenta y ocho mil muertes adicionales en los Estados Unidos. A esto podemos agregar el número considerablemente mayor de muertes innecesarias en las fallidas residencias privadas de ancianos, que son otro de los placeres de Trump, dirigidas por ejecutivos que son una importante fuente de ingresos para su campaña electoral, ya que reduce drásticamente las normas que los obligan a proporcionar algunos cuidados indispensables.
Epstein y los científicos de The Lancet escribieron el artículo antes del estallido de la pandemia de covid-19. La desregulación de las residencias de ancianos llevaba tiempo en marcha, pero progresó a medida que los pacientes morían por culpa del virus. Epstein se refería a la enfermedad estadounidense denominada «muertes por desesperación», que estudiaron en profundidad las economistas Anne Case y Angus Deaton, «concentradas en ciudades industriales en decadencia y en las áreas rurales deprimidas que quedaron abandonadas por la globalización, la automatización y la reducción de personal». El estudio de The Lancet se refería a otra tragedia exclusiva de los Estados Unidos, única entre las sociedades desarrolladas: las muertes por ausencia de seguros sanitarios dignos, o de cualquier tipo. Sucede así en la sociedad más rica del mundo, que tiene maravillas incomparables, pero que sufre bajo un sistema de salud privado con fines de lucro con el doble del gasto per cápita del que tienen sociedades comparables, y con peores resultados sanitarios.
El sistema de salud ha sido un objetivo principal para Trump-McConnell y su partido, comprometidos en hacer que la tragedia sea aún más amarga derogando la Affordable Care Act (Ley de Asistencia Sanitaria a Bajo Precio) de Obama y retrocediendo a una situación anterior considerablemente peor (retórica aparte). No lo lograron, pero sí consiguieron modificar la aca al ofrecer planes de cuotas bajas y copago alto con coberturas limitadas, lo que hace imposible que muchos puedan pagar el coste de la visita o de la prueba y el tratamiento en nuestro disfuncional sistema de atención médica, lo que permitió la propagación de la pandemia. Volvemos a otras contribuciones de Trump en este campo.
La poca atención que se le había concedido hasta el momento a los peligros existenciales llegó a convertirse en una invisibilidad virtual, más cuando apareció la nueva emergencia sanitaria, que ocupó casi por completo la información. Comprensible, pues es realmente grave. Prácticamente ha reducido la sociedad global, lo que ha causado un daño inmenso. En los Estados Unidos, golpeó a una sociedad que ya sufría «una colosal crisis sanitaria»; no una crisis por causas naturales, sino socioeconómica y política, una crisis con un alcance considerablemente más amplio.
Estos son asuntos que deben analizarse y comprenderse cuidadosamente si se quieren evitar catástrofes posteriores. A medida que la crisis se desvanece, la cuestión de cómo reconstruir las sociedades maltratadas adquirirá una importancia cada vez mayor. Para los activistas, la tarea la organizó sucintamente el escritor y periodista Vijay Prashad, la voz habitual de los miserables de la tierra: «No volveremos a la normalidad, porque la normalidad es el problema».
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Este texto es un extracto del ensayo, Universalizar la resistencia de Noam Chomsky (Altamarea, 2023). ctxt.es
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