El malestar por la amnistía y la preocupación por el estado de derecho no tienen nada que hacer ante el turrón, los mazapanes y esas cenas familiares que nos devuelven a los sabores de la infancia - Antón Losada
Quien tomó la decisión de celebrar las fiestas de Navidad y la llegada del nuevo año durante la última semana de diciembre seguramente pensó entonces que era una buena idea. Hay que empezar a decirlo claro. O se equivocó o actuó de mala fe. Además de atentar arteramente contra algunos de los principios y derechos fundamentales que blinda nuestra carta magna, como el principio de que la Constitución dice lo que diga el Partido Popular que dice, o el derecho de los votantes de derechas a que gobiernen siempre los suyos. La pregunta a estas alturas se antoja obvia: ¿Dónde están el juez García Castellón y sus autos locos cuando realmente se les necesita? ¿Nadie va a investigar quién puso la navidad en medio a beneficio del autócrata Pedro Sánchez?
Ahora que íbamos lanzados y ya habíamos pillado el ritmillo de ir de manifestación, misa y aperitivo cada fin de semana, se va a distraer la voluntad soberana del pueblo español con una mula, un buey y una familia de inmigrantes ocupando impunemente un establo, gracias a las leyes confiscatorias del gobierno del hombre de la risa que debería analizar un patólogo en Antena3; que es lo serio y lo científico y la mejor garantía para la calidad de nuestra democracia.
La navidad se ha convertido en la gran amenaza para los planes del PP y Dios escribe con renglones torcidos, pero no tanto. El maligno no ha de andar lejos. De las estratagemas de Vox no hablamos porque ya da igual. Ellos embisten y a ver qué cae; ahí no hay fiestas de guardar. Núñez Feijóo tiene marcada en rojo una fecha en el calendario: el 9 de junio, las elecciones europeas. La clave de bóveda de su estrategia pasa por convertirlas en el referéndum definitivo sobre el sanchismo y obtener una victoria tan incontestable que vuelva a forzar, como ya sucedió en mayo, un adelanto electoral.
Por el camino a ese nuevo y glorioso amanecer, cuando se restituya la justicia en la tierra y gobierne quien quede primero en las votaciones, como en Eurovisión, los populares cuentan con revalidar con claridad su mayoría absoluta en los comicios de Galicia –convertidos en una terapia masiva sobre lo mal que han tratado a nuestro Alberto en Madrid– y obtener un resultado suficiente en las elecciones vascas para convertirse en árbitros de su gobernabilidad.
El éxito de la singladura depende de que el PP pueda mantener la curva de la tensión alta en forma de sierra. No puede haber valles y bajadas sostenidas en el tiempo. Sólo picos de tensión altos y llamativos y descensos suaves y cortos. El Black Friday o el puente de la santísima Constitución suponen un inconveniente, pero sólo duran un día o dos; se puede gestionar. En cambio, la dichosa navidad parece que no se acaba nunca. La pelea nacional por ver quién pone el árbol navideño más alto va a acabar por estropearlo todo. Les viene fatal.
Primero, porque el malestar por la amnistía y la preocupación por el estado de derecho y el imperio de la ley no tienen nada que hacer, incluso entre los suyos, ante el turrón y los mazapanes, esas cenas familiares que nos devuelven a los sabores de la infancia y el cava, que será catalán, pero tampoco hay que llegar a tal extremo de sectarismo. Somos patriotas, pero no idiotas. Segundo, porque nadie rompe una relación en navidad, menos un gobierno; que aquí todos nos hemos criado con las comedias románticas de Nora Ephron.
Para la izquierda, en cambio, la inminencia de las fiestas supone la mejor noticia. Tras la bajona de un nuevo Ejecutivo basado en el viejo principio lampedusiano de cambiarlo todo para que todo siga igual, los villancicos se antojan la apuesta más segura para navegar lo que viene. Tampoco ayuda esta argucia infantil de hablar lo menos posible del elefante de la amnistía a ver si se marcha solo y explayarse con la agenda social. La tesis socialista del mal menor valida la tesis popular. Viene a reconocer que la amnistía es efectivamente algo malo, pero miren ustedes cuántas cosas buenas vamos a poder hacer a cambio.
Cuando volvamos con dos o tres kilos de más, agobiados por el follón de tener que ir a cambiar el regalo que nos hartamos de avisar que no queríamos, la tramitación de la ley de amnistía será el sustento de la esperanza que alienta a los estrategas populares. Pero habrá que ver si los debates parlamentarios, por muy encendidos o tabernarios que pudieran resultar, sirven como chispa capaz de prender de nuevo en la calle la llama sagrada de la libertad. Que la soberanía nacional se apalanca a nada que la dejas.
Desgraciadamente, no acabará la campaña sistemática del partido PPVOX. Y cuando se diluya el tema amnistía ya buscarán otro motivo. Pero insisto: el problema no es solo de esa entidad sino de los millones de paisanos que no se aclaran con el país y ven el paisaje que les interesa.
ResponderEliminarEso sucede no solo en España, es lo que el Presidente Sánchez denomina Polarización asimétrica,
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