Desaparecer de las redes, no contestar los mensajes de WhatsApp, de aislarte de todo, hará que seguramente te llegarán mensajes preguntando si estás bien. Lo curioso es que pocos te llamarán por teléfono. Quizás por miedo a que contestes y resuelvas sus dudas de no enfrentarse a la paradoja de por qué, estando bien o mal, te lo guardes para ti, qué excentricidad es eso de volver a tu intimidad. La privacidad se logra cerrando puertas. La intimidad es otra cosa. Siempre es otra cosa. La puedes conseguir cerrando los ojos. Pero, ¿y la felicidad? ¿Cómo llegar a alcanzarla?
Mucho se ha escrito y teorizado sobre la felicidad. La felicidad es un sentimiento agradable, de satisfacción, y también de ausencia de sufrimiento, dijo alguien, aunque hay quien sostenía - como Punset - que la felicidad es la ausencia de miedo; hay demasiado hedonista confundido en medio, y decía Françoise en la Náusea de Sartre, que la felicidad es un instante, un momento donde todo está en su lugar, donde todo está bien.
También hay quien dice que la felicidad está en saber saborear el placer de las cosas pequeñas y en no preocuparse innecesariamente por las cosas en general. Y dicen los abuelos que la felicidad reside en conformarte con lo que tienes y en no desear nada que no puedas alcanzar. Freud decía que hay dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota, la otra serlo.
La felicidad puede ser la tierna mirada de un niño, o escuchar su risa fresca, o tal vez una caricia, o a lo mejor mirar fijamente a los ojos de la persona amada. La felicidad puede ser pedirse mucho uno mismo y exigir poco a los demás, y darse, sobre todo darse, y puede estar también en la amistad.
Un filósofo argumentaba que el que no haya poseído nunca nada, y pese a este hecho, haya tenido lo que necesitaba, habrá estado muy cerca del estado de conciencia que puede llevar a la felicidad, y creo que este último es el que más acercaría a lo que podríamos entender como felicidad o estado de felicidad, en el bien entendido de un estado temporal, transitorio, escurridizo y volátil.
Quizás la felicidad resida como nos cantaba Joan Manuel Serrat, en aquellas pequeñas cosas....
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