En Oriente Medio tiene lugar una tragedia anacrónica: el intento de resolver con métodos de siglos pasados una situación que acontece en el siglo XXI. El israelí es un colonialismo muy específico en el que la población colonizada no tiene ninguna utilidad como fuerza de trabajo explotada. Para el colonizador israelí, “el mejor palestino es el que está muerto o se ha largado”, en palabras de Edward Said, citado en el estupendo libro de Rashid Khalidi sobre la guerra de los cien años contra Palestina.

La total eliminación de la población autóctona y su reemplazo fue factible en el pasado, en los siglos XVIII y XIX, en América del Norte o Australia, pero Israel llega tarde a esa “solución final” de la que los propios judíos de Europa fueron víctimas en el mayor de los crímenes racistas de la historia moderna. Esa trágica paradoja desemboca en la loca agresividad del sionismo con su amalgama de violencia colonial de la vieja escuela, armas de última generación y una ideología supremacista envuelta en primitivas escenas bíblicas.

Arraigada en una horrible y secular historia de persecución, el ansia de seguridad de un pueblo pequeño de nueve millones de habitantes, sin recursos naturales y rodeado de Estados hostiles y poblaciones radicalizadas por décadas de injusticia y doble rasero, se traduce en una suicida política agresiva con todo su enorme entorno, insostenible sin el apoyo de Estados Unidos, un soporte que no durará eternamente. Toda una sociedad de emigrantes inseguros ha sido educada en esa agresividad. Con sus políticos, militares y su sociedad civil llamando abiertamente y sin tapujos a la masacre de civiles, nunca la evidencia de un suicidio moral había tenido tantos espectadores. (Ver a este respecto el recuento de declaraciones genocidas realizada por responsables israelíes, confeccionado por Yaniv Cogan y Jamie Stern-Weiner.)


El ansia de seguridad de un pueblo de nueve millones de habitantes se traduce en una suicida política, agresiva con todo su entorno


La abrumadora superioridad militar israelí, amplificada por el puente aéreo estadounidense, ha convertido este conflicto en “uno de los más destructivos y mortíferos del siglo XXI”. Walid Al Khalidy, reputado historiador y fundador del Instituto de Estudios Palestinos, calcula que, a 4 de diciembre, Israel ha matado a casi 20.000 palestinos, la mayoría civiles, en ocho semanas de guerra contra Hamás en Gaza, más que en 106 años de presencia judía en Palestina, que comenzó con la Promesa Balfour de crear un “Hogar Nacional Judío en Palestina” en 1917. Por su parte, Haytham Manna, Presidente del Instituto Escandinavo de Derechos Humanos (SIHR) y decano de los opositores políticos sirios, señaló que la guerra para destruir Gaza se había cobrado en 55 días el doble de víctimas civiles que en los dos años de guerra en Ucrania (2022-2023), y que el número de periodistas, médicos y personal de agencias de la ONU que operan en el enclave y han muerto es infinitamente superior al número de muertos de esos colectivos en 20 años de guerra de Vietnam (1955-1975) o en 8 años de guerra de Irak (2003-2011). Más concretamente, 50 periodistas habían muerto en 45 días en Gaza, 11 de ellos en el ejercicio de sus funciones: una de las cifras de muertos más elevadas de este siglo.

La actitud de los gobiernos occidentales ante el espectáculo de una masacre apoyada militar y políticamente, justificada y disimulada por sus medios de comunicación y retransmitida en directo, ha ensanchado como nunca la brecha existente entre Occidente y el Sur global, incluso en las metrópolis occidentales, en algunas de las cuales se prohíben y criminalizan las manifestaciones de apoyo a los masacrados. 

De repente ha quedado clara la negación del principio de igualdad entre seres humanos practicada por el Occidente ampliado. Ha quedado clara la compatibilidad de los “valores europeos” y de todo el instrumental semántico sobre la democracia y los derechos humanos con esa negación. La memoria histórica del Sur ha recordado en Gaza que el colonialismo extendió la “civilización” a base de genocidios perfectamente compatibles con la ilustración, la separación de poderes y el parlamentarismo. 

El espejo de la memoria histórica europea ha recordado también la coexistencia del humanismo renacentista con las guerras de religión, y de Auschwitz con la “gran cultura” alemana. En Alemania y Francia los sucesores y descendientes de Hitler y de Petain, y en el conjunto del establishment de la Unión Europea todo un ejército de políticos, funcionarios y comunicadores, han dado la espalda a la realidad del genocidio de una forma que recuerda al conformismo con la ola genocida de las décadas de 1930 y 1940. En el colmo de la incongruencia, el actual apoyo a Israel y la correspondiente islamofobia se fundamentan en la responsabilidad por el judeicidio de entonces. Y ese suicidio moral sugiere que la continuación de esa infame serie histórica es perfectamente posible en la actualidad y que tiene futuro.

La memoria histórica del Sur ha recordado en Gaza que el colonialismo extendió la “civilización” a base de genocidios.

La actitud de los gobiernos occidentales, sus medios de comunicación y propagandistas, contiene un claro aviso sobre cómo la parte privilegiada de este mundo puede solucionar el callejón sin salida al que en este siglo nos ha conducido el sistema capitalista. A falta de “nuevos mundos” a los que exportar excedentes demográficos y metabolismos vitales insostenibles e incompatibles con el principio de igualdad entre seres humanos, el horizonte que se dibuja es un “Gaza planetario”, crear islas de bienestar y derecho estrictamente protegidas por ejércitos y armadas para, digamos, el 20% de la población mundial, y recluir al resto en zonas humana y ambientalmente desastradas. Como observaba Immanuel Wallerstein, ese no es un plan muy diferente al que Hitler y sus coetáneos tenían en mente. Para quien intente escapar de esas zonas: muros, tiros y naufragios. Eso es lo que ilustran, como anticipo de la gran emigración medioambiental que nos espera, los 28.000 muertos registrados solo en el Mediterráneo desde 2014. Si esa pauta funciona política y mediáticamente en Palestina, puede funcionar también en otras latitudes y situaciones que están por venir.

El presidente colombiano, Gustavo Petro, se ha referido a ello al apuntar que “lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur cuando, por efecto de la crisis climática, quedemos sin agua; la antesala de lo que desencadenará sobre el éxodo de las gentes que por centenares de millones irán del sur al norte”. El genocidio de Gaza, ha dicho en CTXT el filósofo italiano Franco Berardi “es el epicentro de un cataclismo que dividirá la humanidad de manera duradera: el sur del mundo y los suburbios de las grandes metrópolis occidentales rodean la ciudadela blanca con un muro de odio que alimentará la venganza en los meses y años venideros. Este evento inaugura el siglo de enfrentamiento entre la raza colonial y el mundo colonizado”. - Rafael Poch en ctxt.es