Mario Santiago Papasquiaro, el verdadero nombre del cual era José Alfredo Zendejas Pineda, nunca concibió una vida sin escritura. “Se pasaba el día desarrollando las ideas que le venían en mente. Si tenía a mano una libreta, redactaba allí. Pero, si no , cualquier superficie le valía: una servilleta, una cajetilla de tabaco o los márgenes de un libro”, recuerda el poeta Orlando Guillén, por teléfono, sobre quien fue una de las caras visibles del infrarrealismo, el movimiento poético contracultural que nació en el México de los 70 y del que también formaron parte Roberto Bolaño, Rubén Medina o José Vicente Anaya.

“Las esquinas en blanco de una de mis obras de juventud, dan buena muestra de esta práctica”, prosigue Guillén. Se refiere al ejemplar de Poesía inédita (1970-1978) que conserva en su biblioteca el también poeta Virgilio Torres Hernández. Se lo regaló Mario Santiago a principios de los 80. Pero este no es un volumen cualquiera. En su interior, coexisten dos obras: la de Guillén, y los versos que el infrarrealista escribió alrededor. A primera vista, la falta de espacios libres en cada página puede resultar un poco agobiante para el lector. Pero el valor editorial es importante, tal y como supo ver la editora Ana María Chagra, al frente de Ediciones Sin Fin.

Si tenía a mano una libreta, redactaba allí. Pero, si no , cualquier superficie le valía: una servilleta, una cajetilla de tabaco o los márgenes de un libro” Orlando Guillen sobre Mario Santiago: “Fui a visitar a mi amigo Virgilio y me mostró esta joya. Tomé muchas fotos y, al regresar a Barcelona, con mi compañero de editorial, Bruno Montané —otro infrarrealista— , decidimos transcribir la parte de Mario y respetar el título que él mismo le brindó: La historia nos absorberá ”. El tomo está por el momento a la venta en algunas librerías seleccionadas de Barcelona y Madrid y son una muestra de los bautizados como ‘dardos lingüísticos’, tan característicos del autor. Versos e ideas breves que van desde parodias, hasta encrucijadas éticas y encuentros eróticos esporádicos.

Roberto Bolaño y Mario Santiago  Papasquiaro

No es la primera vez que los editores cuentan con una obra de estas características en su catálogo. “Sueño sin fin , el primer libro que sacamos, es fruto de la recopilación, por parte de Bruno Montané y Roberto Bolaño, de los textos que Mario plasmó en los márgenes de distintos libros. Los dos amigos hicieron este laborioso trabajo mucho tiempo atrás, pero no lo publicaron. En 2012, la editorial nació con la idea de que los textos vieran la luz. No era nuestra intención seguir con más obras, pero aquí nos mantenemos”.

A diferencia de esta primera publicación, “ La historia nos absorberá se gesta dentro de un único libro, el de Guillén. Y esto es significativo, pues, al ser de una generación anterior, lo tenían como referente”, apunta Chagra. Orlando Guillén hizo amistad con todos los infras, aunque su cercanía era especial con Mario Santiago, con quien llegó incluso a compartir piso en México a principios de los 80. “Nuestra vida era bohemia a más no poder. Nos dedicábamos a la poesía y no nos importaba nada más. Estaba bien convivir con alguien que compartía ideales y estilo de vida por aquel entonces, que no es fácil”.

Mario Santiago bautizó esta obra como ‘La historia nos absorberá’, lo que refleja su visión sobre cómo veía su futuro. Se conocieron en la Casa del Lago, un centro cultural ubicado en el Bosque de Chapultepec, en Ciudad de México. Desde entonces, compartieron tardes en las tertulias del Café La Habana y en la casa del poeta y periodista mexicano Efraín Huerta, dos puntos de reunión de los intelectuales de la época y donde los poetas infrarrealistas tomaron prestada como consigna la frase del pintor Roberto Matta “volarle la tapa de los sesos a la cultura”.

En estos primeros encuentros, Guillén supo que Mario en realidad se llamaba José Alfredo Zendejas, pero que había cambiado su nombre tras argumentar que “José Alfredo solo hay uno”, en referencia al actor y cantautor mexicano José Alfredo Jiménez. Una muestra más de su intención por perdurar en el tiempo, aunque es probable que no imaginara que estos textos marginales acabaran conformando una obra. Llegó incluso a tener un tercer nombre, el de Ulises Lima, uno de los principales protagonistas de Los detectives salvajes (1998), de Roberto Bolaño y, también, su alter ego . Aunque sean muchos hoy los lectores que le brindan este sobrenombre, él no llegó a escuchar a nadie nombrarle así, pues murió atropellado antes de que se llevara el libro a imprenta. Tenía 44 años. “se convirtió en una obra de culto y los lectores empezaron a interesarse por sus protagonistas al saber que estaban inspirados en personas reales. Así, fueron muchos los que acabaron recalando en la obra de Mario y se quedaron para siempre. Él era un detective salvaje más”, recuerda Guillén de su compañero de versos.

El poeta murió antes de conocer la fama que brindaría a todos sus protagonistas ‘Los detectives salvajes’, de Roberto Bolaño. Mowgli, el hijo que el poeta tuvo con Rebeca López, reconoce por teléfono desde México que su padre “se convirtió entonces en la leyenda que jamás soñó que fuera a ser. Muchos revisitaron su obra y se quedaron. Pero él no vivió ese éxito”. Algo que, sin duda, “le hubiera gustado y, a la vez, sorprendido. Hubo un momento que, tras múltiples rechazos editoriales, se resignó. Pero eso no quiere decir que se rindiera. Nunca dejó de escribir. Simplemente, aceptó que iba a ser complicado publicar sus trabajos. Por eso, acabó montando su propia editorial, Al Este del Paraíso, con la que publicó algunas de sus obras, como Aullido de cisne”. Tanto su legado, como el de sus compañeros, sumado a una muerte prematura y accidental, han permitido que perviva en la posteridad.

“Es una muerte particular porque él era muy buen caminante. Absorbía las ciudades así e impregnaba luego sus escritos con todo lo que veía”, recuerda Bruno Montané. Son varias las anécdotas que tienen juntos, como “el día en que decidió que iba a ser camarero. Consiguió trabajo en una horchatería de la calle Gran Via con Aribau. Fuimos todos a verle en su primer día y, al vernos, se le cayó la bandeja con todos los vasos. Volvimos juntos a casa porque le echaron”. De algún modo, la propia vida le recordaba que su destino estaba entre folios, servilletas limpias y márgenes de libros. “De todo lo que escribió, el público solo ha visto el 10%. Queda mucho por leer de este hombre que nació para ser poeta y murió como tal”, concluye su hijo. Lara Gómez Ruiz en la vanguardia.com.