La Asociación de Profesionales del Espectáculo Atónitos (APEA), constituida con urgencia, hace un rato, solicitamos a los profesionales de la política que, de una vez por todas, se dediquen a sus cosas y dejen nuestro terreno en paz. Que abandonen este intrusismo sucio, dejen de dar el espectáculo y regresen a sus puestos de trabajo, por el bien del planeta y la salud mental general. Pero también por la sostenibilidad del sector de las artes escénicas y audiovisuales, seriamente amenazada.
Espectadores desorientados callejean sin rumbo, preguntándose dónde es la función de hoy. El público se pierde. ¿Y qué sentido tiene pagar la entrada de un teatro o un cine, pudiendo ver toda clase de escenas, retransmitidas en bucle, en un mundo plagado de pantallas? Es competencia desleal exhibir pasiones desbocadas, de forma gratuita, desde las altas instituciones, en edificios emblemáticos. Son decorados que ni la APEA, ni otras asociaciones hermanas nos podemos permitir. Una cosa es competir con las tragedias reales y otra, muy distinta, con las inventadas. Tertulianos y cronistas políticos hablan de escenificación y teatralidad a todas horas, manoseando nuestro léxico. Y advierten que apenas vamos por el primer acto de la representación actual. ¿Cómo creen que se siente un actor o una guionista en paro, con tal panorama? Tenemos familia.
Es competencia desleal exhibir, gratis, pasiones desbocadas desde las altas instituciones. Imaginen qué ocurriría si, en legítima venganza, saliéramos de los platós y los teatros y nos infiltráramos en la vida, usando nuestras artes. No está de más recordar el ataque de pánico ciudadano que provocó Orson Welles, con su dramatización radiofónica de una invasión marciana. Hay gente en nuestras filas sobrada de talento para engañar a quien se le ponga por delante, con bastante más finura que la de esos altos cargos que, estos días, simulan dictaduras y golpes de Estado, jugando burdamente con la confianza de algunas almas cándidas y no tan cándidas.
Desde APEA también podríamos sembrar el caos. Llenar las calles de marcianos babeantes, las familias de madres simuladas o hijos mentirosos, los bares de falsos borrachos. Si no lo hacemos es porque, forjados en nuestro oficio milenario, engañamos sin engañar a nadie. Con un respeto al arte dramático genuino y una ética ciudadana que algunos payasos ni huelen. - lavanguardia.
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