La falacia del Nirvana, o falacia de la solución perfecta, es el error lógico de comparar cosas reales con cosas irreales o con alternativas idealizadas. También puede referirse a la tendencia de suponer que existe una solución perfecta a un problema particular. Al crear una dicotomía que presenta una opción que es evidentemente ventajosa pero que a la vez resulta completamente inverosímil, la persona que incurre en la falacia del Nirvana, es decir, atacar cualquier idea contraria porque es imperfecta. En esta construcción mental, la elección no se da entre soluciones del mundo real, sino entre una posibilidad realista y otra irreal que es simplemente mejor. La falacia del Nirvana sería, por tanto, un tipo de falso dilema.

Todos los políticos saben qué es la falacia del Nirvana, conocen su condición mendaz –aparece a menudo en los catálogos de falacias lógicas– y, aun así, lo utilizan con total ligereza. Se atribuye su enunciado a Voltaire, que tradujo un adagio italiano que en lenguaje plano dice: “A menudo lo mejor es enemigo de lo bueno”. En España está contenida en un refrán que es el bastión del realismo más prosaico: “Más vale pájaro en mano que cien volante”. La falacia reside en aducir de forma perversa que para conseguir lo mejor (cien volante) es necesario renunciar a lo bueno (pájaro en mano). Y esto ocurrió ayer en el Congreso, que en realidad era el Senado. Pero no carecía de precedentes. Ni mucho menos.

En la anterior legislatura, el caso más flagrante fueron los votos contra la reforma laboral, cuando formaciones como Bildu y ERC adujeron las ausencias del texto como justificación de su voto en contra. Es decir, estaban de acuerdo con el contenido de los 52 folios de la norma sometidos a votación y argumentaron la ausencia de unos folios 53 y 54 platónicos (sobre indemnizaciones por despido) para votar contra todo ese contenido que, decían, les parecía bien. Se llama falacia porque contiene una mentira, que en ese caso era que Bildu no podía apoyar un texto de la negociación del que quedaron excluidos los sindicatos vascos, y que ERC no quería regalar tal triunfo político a Yolanda Díaz que, como se vio el pasado 23-J, disfruta de tantas o más simpatías que Esquerra en Catalunya.

Los cinco ex diputados de Sumar solo votaron no en el decreto de su exlíder, Yolanda Díaz.

Otro caso idéntico fue el fracaso de la reforma de la llamada ley mordaza, donde los votos en contra de los aliados de investidura se basaron de nuevo, no en los más de treinta puntos pactados que contenía la reforma, sino en aquello que no contenía.

El inconveniente de acudir a ese mecanismo, que ayer volvimos a ver en la votación del decreto relativo a la ampliación de la protección del desempleo, es que suele transparentar el verdadero propósito tras la fronda de la discusión técnica. Los cinco exdiputados de Sumar –bajo cuya marca obtuvieron el acta–, todos ellos con carnet de Podem e integrados hoy en el grupo mixto adujeron un “recorte” en la protección a desempleados de más de 52 años para tumbar el decreto . El debate sobre el presunto recorte es simple: el decreto baja gradualmente la cotización del subsidio del 125% al 100% del salario mínimo en cinco años, pero la senda de crecimiento prevista y pactada para el salario mínimo hace que este recorte no sea tal y de hecho, sea un incremento.

Nada de esto era relevante al caso, ya que hablamos de una norma cuyos efectos se verán en el 2028 y de tumbar medidas en vigor que mejoran hoy mismo las prestaciones por desempleo de tres cuartos de millón de parados en casi 100 euros al mes. La verdad tras la falacia es transparente: los cinco diputados de Podemos votaron a favor de los decretos del PSOE y en contra del único promovido por la líder de Sumar, Yolanda Díaz. La vida no hace prisioneros. En este ámbito narrativo de la política –ahora que todo es multiverso y reencuentros con uno mismo en el espacio-tiempo–, ayer había que imaginar lo que la radical diputada del grupo mixto Ione Belarra le diría, respecto a la modesta ambición de las leyes que impulsó, a la reformista ministra Ione Belarra. O mejor aún: viceversa. -  Pedro Vallín.