No estoy nada sorprendido. Más bien disfruto de la mezquina satisfacción de haber sido de los primeros –permítanme por un día la inmodestia– en denunciar algunas de las tropelías que ahora salen definitivamente a la luz. Se lo digo a propósito del formidable reportaje de Manel Pérez sobre la operación Catalunya, publicado en estas mismas páginas y que aporta luz y método a un sistema comunicativo sobrecargado de palabrería interesada. Al final, como decía Goethe, la verdad siempre acaba por resplandecer. Lástima que para entonces ya se haya ido todo el mundo... lo comenta el letrado Javier Melero en su artículo sobre la operación Catalunya-Pero de este artículo lo que me interesa destacar és la `parte más sórdida, la que afecta a la Familia Pujol. Ha habido casos más flagrantes como los de Sandro Rosell o Xavier Trias, que ya he comentado en más de una ocasión.
Aun así, me pregunto sin demasiado entusiasmo qué hará ahora el Estado con el pasado sucio que se ha puesto crudamente al descubierto, con esas investigaciones viciadas por pruebas ilícitas y abusos de poder, con esos procedimientos judiciales –alimentados por informes policiales falsos y testigos comprados– anquilosados mediante tácticas dilatorias, prolongados durante años para despojar a sus víctimas de energías o hasta que acaben muriendo y sus casos mueran con ellos. Me pregunto qué se hará con casos, por ejemplo, como el de Pujol. Porque se piense lo que se piense de Pujol (al que se puede detestar más que a una sopa de tofu por su acción política, esa no es la cuestión), es difícil encontrar en la historia de los precedentes judiciales mayor compendio de desatinos: desde actas de declaración de testigos ante la UDEF falsas instadas por el comisario Villarejo, hasta pendrives con evidencias tan ilícitas que el juez tuvo que apartarlas de la causa y por las que el anterior director adjunto operativo (DAO) de Interior fue juzgado y condenado; desde la extorsión a bancos andorranos hasta los mensajes de felicitación de Jorge Moragas a Victoria Álvarez; desde los diálogos para besugos de Fernández Díaz con sus adláteres hasta el asalto por encapuchados a un furgón que contenía objetos incautados a la familia. Seguro que les parece que recurro al humor negro, pero les aseguro que me limito a contar la verdad.
Esto no tiene nada que ver con la culpabilidad o inocencia de los acusados. La regla es diferente: el Estado tiene todos los medios en su mano, Policía, inspectores de Hacienda, Fiscalía y tribunales, y puede usar todo el peso de ese poder para hacer justicia con una única limitación, jugar limpio y parecer tan honrado como se pueda esperar de un mundo donde eso está pasado de moda. Si no, todo es nulo. Al menos eso creen los viejos liberales con malas pulgas condenados al desaliento, como Javier Melero.
Para acabar, cuando se llenan la boca proclamando que España es un estado de derecho, uno no puede evitar de pensar en aquello de, dime de que presumes y te diré de que careces, porque considerar a España un Estado de Derecho, no es una redundancia es un oxímoron. Por cierto. Que bonito es el artículo primero de la constitución Española: 1.- España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político.... y dos huevos duros.
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