Vivíamos mucho mejor cuando estábamos menos informados de lo que pasaba. De hecho, debería decir menos desinformados. No sé si se puede renunciar a la actualidad, pero la mera propuesta suena muy bien. Porque en la actualidad parece que uno está informado solo para alterar su ánimo, entrar de lleno en un laberinto de obsesiones inducidas. Estar informado para no poder hacer nada con esa información. Información que solo genera ansiedad. Información que solo hace que vivas peor. Información servida y troceada para que no cambies de canal ni muevas el dial. Para que te distraigas, para que ofendas y te ofendas. Parlamentos llenos de jabalíes desaforados como platós de televisión. Tertulias llenas de información. Información llena de ataques de nervios. Información veraz, información sesgada, información que señala, información falsa, información para nada.

Pero el objetivo se ha conseguido. No sabemos mucho de nuestro entorno más próximo. La familia, los amigos, las calles y comercios desaparecen en el día a día. Nuestros ojos se han acostumbrado a no querer verlo, como no vemos a la gente pidiendo en las aceras de nuestras ciudades. No sabemos mucho del día a día de nuestros amigos o de nuestros padres, de nuestros hijos o de quien fuimos nosotros. De nuestra nostalgia, nuestra derrota y de nuestra olvidada rebelión. No sabemos nada. No tenemos noticias de toda esa información, porque a unos no les importa que la tengamos y a otros no les interesa. Han conseguido adoctrinarnos, domesticarnos para servirse de nosotros como conejos de indias o mejor como ovejas de un rebaño perdido en la nada del conocimiento.