En la foto que pueden ver en esta información parece que cuatro jóvenes subsaharianos están intentando saltar una valla muy alta. No son personas, son ninots; y el artista fallero que ha realizado la composición perseguía lo que se ha logrado: impactar al público. Tanto, que el pasado sábado por la noche, un grupo de una docena de personas, entre ellas varios subsaharianos, intentaron subirse a la valla para bajarlos al entender que era una burla o una escenificación inapropiada de un drama, de una realidad presente en muchas vallas, principalmente en Europa.  Estos cuatro ninots están instalados sobre la valla que separa en la plaza del Ayuntamiento de València al público de la zona de disparo de las mascletàs, por seguridad. Y a pocos metros de la falla municipal, una formidable oda a la paz ideada y construida por Pere Baenas y diseñada por Esif, uno de los artistas urbanos más sensibles a la crisis social. La falla está compuesta por dos enormes palomas y tiene el lema Dos palomas, una rama, es un alegato pacifista. La de los migrantes es una escena rescatada de la falla de la meditadora de 2020, la de la pandemia que se quemó casi a escondidas.

Tuvo que intervenir la policía nacional ante la posibilidad de que quienes se indignaron con la escena acabaran bajando o destrozando los ninots. Fue la propia policía la que explicó a los indignados el sentido de la obra, y estos comprendieron que la secuencia había sido diseñada justamente para denunciar cómo miles de personas intentan, muchas veces sin éxito, huir de la miseria, de la guerra, del hambre, hacia una tierra que les cierra las puertas, con vallas de gran altura y con medidas represivas.

Lo sucedido el sábado en esta falla confirma el poder del arte fallero, una forma de creatividad que nació hace más de un siglo y medio con voluntad crítica, con vocación irreverente, con la necesidad de provocar en quien contempla los monumentos falleros una reacción. Esta tradición se ha mantenido con altibajos, con periodos de gran potencia discursiva, como durante la República o durante la transición, y con épocas donde el arte fallero estaba tan adormecido como las portadas de los diarios. 

No es el arte fallero objeto de admiración entre las corrientes críticas del género, entre otros motivos porque es efímero: todo desaparece en la Nit de la Cremà, en la noche de Sant Josep, cuando todas y cada una de las más de 700 fallas –grandes e infantiles– son víctimas del fuego que nuestros ancestros activaban para celebrar el cambio de solsticio y espantar malos espíritus.

Es una injusticia histórica. El arte fallero ha sabido, año tras año, ofrecer su mirada ácida de la actualidad política, cultural, social, económica, cultural e incluso internacional. Con apuestas vibrantes como la de la falla ganadora de este año en la Sección Especial (las de mayor presupuesto), que es la Antiga de Campanar; una clara advertencia hacia los peligros del cambio climático. Un dado: la falla ganadora está ubicada en el barrio donde no hace mucho ardió el edificio de dos torres que provocó la muerte de diez personas y centenares de damnificados.

Lo sucedido el sábado en la plaza del Ayuntamiento es la confirmación de la enorme utilidad del arte fallero, de su capacidad para generar emoción y, en paralelo, reflexión sobre el momento que nos ha tocado vivir. En una fiesta visitada por centenares de miles de personas cada año, que encuentran en estas fallas un atractivo único para observar la belleza, muy barroca en ocasiones, de la composición monumental de los ninots y sus particulares historias.

Es, finalmente, una victoria para quienes consideran que las fallas son un ejemplo único en el mundo para impactar en el alma de quienes las observan. En este caso, de cuatro ninots intentando saltar una valle en el corazón de València.  - SALVADOR ENGUIX