No lleva jersey rojiblanco con gorro a juego, ni gafas redondas ni bastón. Pero resulta igual de esquivo que el mítico Wally de los libros por lo pronto. Felipe González no ha sido visto en ninguna de las concentraciones de apoyo a Pedro Sánchez que se han producido en los últimos días. Quizás hay que buscar su silueta de obispo hartazgado encallada en una puerta giratoria. Pero su nombre ha sido tendencia y su ausencia se ha hecho aún más evidente cuando quien fue su esposa hasta el 2008, Carmen Romero, sí se ha dejado ver entre los congregados representando a la vieja guardia socialista. El mutis de Felipe es especialmente doloroso si se recuerda la operación político-mediática de lo que se bautizó en su día como sindicato del crimen, que intentó cargarse su gobierno legítimo a golpe de conspiración. Que un sucesor suyo se encuentre en una tesitura similar y que él no le demuestre una mínima solidaridad es la muestra exacta de su renuncia ideológica. Bajo los adoquines no está la playa, hay un opulento Felipe González escondido. Àlex Gutiérrez en ara.cat