Para tratar de definir la sorpresa, el encanto, la perplejidad que suscitan los textos de Augusto Monterroso, se han empleado  palabras tales como humor, ingenio, sátira, ironía, fábula, parodia y muchas más. No diré que no son palabras respetables ni que no expliquen nada acerca de una escritura de apariencia sencilla pero en la que se adivina de inmediato una extrema y rigurosa complejidad; son palabras respetables e introducen realmente a explicaciones que, a su vez, facilitan la percepción de una atmósfera textual, pero, al mismo tiempo, si permanecemos en ellas, podemos quedarnos para siempre en el borde, sin entrar en una de las experiencias más inquietantes de la literatura contemporánea: como quien se asoma y, satisfecho con haber ordenado un poco la sorpresa, se retira tranquilo sin saber que se retira frustrado.  A modo de inventario, ahí van tres cuentos cortos...

LA TELA DE PENÉLOPE, O QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN

Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera, ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada. 

LA CUCARACHA SOÑADORA

Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha. 

CABALLO IMAGINANDO A DIOS

A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental, razonaba los otros días el Caballo. Todo el mundo sabe —continuaba en su razonamiento— que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios lo imaginaríamos en forma de Jinete.