Este artículo de Quim Monzó es del 9 de este mes en la vanguardia, y a fe que es premonitorio de los desgraciados hechos que se produjeron la semana pasada con la muerte de 3 ciudadanos españoles a manos de estado islámico. Queda todavía en Kabul una turista herida de Bilbao, de 82 años, que ilustra, creo, el sentido del absurdo de este tipo de turismo que describe el artículo de Monzó.
Desde que en el 2021 los talibanes recuperaron el poder en Afganistán no han dejado ni por un instante de mostrar al mundo la barbarie que propugnan. Ello no es obstáculo para que cretinos diversos se interesen por ir a hacer turismo. No son grandes multitudes pero por algo se empieza. El 2022 fueron 2.300. El año pasado, más de siete mil.
A los talibanes les parece perfecto. Lo ven como un primer paso para normalizar las relaciones con el resto del mundo y como una ayuda para la débil economía del país. Tantas esperanzas depositan que, según Associated Press, en Kabul han abierto ya un instituto para la formación de profesionales del sector turístico. En la primera clase había treinta hombres, de varias edades y niveles de estudios. Ninguna mujer, evidentemente, porque las mujeres tienen prohibido estudiar, un hecho que a los turistas les importa un pito. Les explican historia de Afganistán, pero también cómo tienen que tratar a las extranjeras, que pueden tomar parte en actividades que las afganas tienen prohibidas, como comer en público o hablar con hombres que no sean su marido.
Viajar a Afganistán es todavía difícil. Todas las embajadas afganas están cerradas y, por lo tanto, obtener un visado es complicadísimo. Sin embargo, algunas compañías de viajes occidentales ya ofrecen paquetes de viaje. La atracción que más interés despierta son los budas de Bamiyán, tallados hace catorce siglos en la roca de un acantilado y que, por blasfemas, en el 2001 los talibanes hicieron volar por los aires. Pero los tiempos cambian, tanto que el año pasado el viceministro de Cultura afgano anunció que el lugar quedaba abierto a los turistas, que a cambio de 3,50 euros por persona podrán contemplar los agujeros que dejó la dinamita. El turismo no tiene moral. No descarto que justo al lado construyan unos cuantos pisos turísticos para acabar de redondear la factura.
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