LOS NECIOS NO SABEN CONJURARSE


Cuesta imaginar mejor garantía para la independencia del poder judicial que aplicar la teoría del equilibrio de terror y repartir a partes iguales la capacidad de destrucción del sistema. Tras la era oscura de las tertulias y los círculos concéntricos que trajo la “nueva política”, ahora llega el tiempo simpático de la nostalgia y la añoranza que nos devuelve la “política vintage”. Es tendencia. Ya hemos tenido suficiente de tanto pluralismo de patio de escuela, Después del acuerdo –histórico, claro– para renovar el Consejo General del Poder Judicial, como siempre se hizo toda la vida durante la época dorada del bipartidismo , aquellos maravillosos años de equivalencia, prorrateo y progreso vuelven a lucir en todo su esplendor en la memoria de la ciudadanía atrayendo de nuevo como polillas a la luz a la gente de orden y los líderes con verdadero sentido de Estado.

No debe negarse lo que es evidente. Aquí comienzan siempre los problemas. Cuando PP y PSOE se repartían las cosas de gobernar como buenos hermanos, todo quedaba mucho más ordenado. Reinaba una jerarquía a la que agarrarse en cualquier posición y en cualquier posición; que es lo mínimo que se exige a un sistema político. O blanco o negro; ya está bien de tanto gris. En aquellos maravillosos años del bipartidismo existía un sistema, había unas reglas, se respetaban unas proporciones y se repartían unos porcentajes. Todo el mundo sabía qué le podía tocar y qué le correspondía a los demás. Y quienes lo ignoraban, o preferían no saberlo o eran prescindibles. Entonces había estabilidad, pero de la buena; de esa estabilidad que nos aportan liderazgos purificadores como aquel que encarna a Georgia Meloni, que diría Felipe González en otro momento de extrema lucidez en medio de esa dolorosa incertidumbre.

Las elecciones de diciembre de 2015 supusieron un cambio en el sistema de partidos políticos y el fin del bipartidismo. La suma de los votos recibidos por los dos principales partidos, PP y PSOE, pasó de 17.870.000 a 12.780.000 votos. Esto supuso pasar del 72,45% al ​​50,25% de los votos válidos emitidos. El sistema, tradicionalmente bipartidista,  pasó a ser pluripartidista, con cuatro fuerzas implantadas en todo el territorio. En las elecciones de 2016 esta tendencia se mantiene, aunque con cierta recuperación del bipartidismo, que alcanza los 13.330.000 votos, y que ahora representa el 55,69% de los votos válidos emitidos.

Desde 1989 el sistema de partidos políticos españoles ha experimentado cambios mínimos, y los espacios en disputa eran solo dos: el situado entre el PP y el PSOE, en el centro, y la distribución de votos a la izquierda entre el PSOE e IU. La coyuntura concreta en todo momento inclinaba la balanza, lo que llevó a acuñar dos ideas: que las elecciones se ganan en el espacio de centro y que las elecciones no se ganan, sino que se pierden por el partido que ocupa el Gobierno. Pero esto se acabó, hay más partidos disputándose el pastel, Vox, Podemos, Sumar, los nacionalistas divididos, Alvise..... Se acabó la fiesta del bipartidismo, pero por el camino se ha tragado Ciudadanos, y casi a Podemos y sumar. ¡Cuidado!, la fiesta todavía podría continuar si PP y PSOE tuvieran dos dedos más de cerebro y la mirada larga, pero mucho me temo que no es así. Los necios no siempre son capaces de conjurarse. El bipartidismo parece definitivamente pasado.

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