UNA TONTERIA CON ASESOR

Una mentira es una tontería con asesor. - Javier Pérez Andújar, en el diario.es

El lenguaje de la actual derecha española no se entiende, no hay manera de comprenderlo, pues nuestra derecha contemporánea nunca ha hablado claro. Su historia se inaugura con ese farfulleo de Fraga, su hablar atropellado. A Manuel Fraga le tocó una época con prisas, había que salir por patas del franquismo y coger al vuelo el último tren hacia la democracia. Fraga declamaba como un tecnócrata, es decir, pensaba que no había nada que decir, pues ya haría luego lo que hiciera falta sin dar explicaciones, y por eso solo le entendemos cuando dice garbanzos, cesta de la compra, y cosas normales. En Fraga, que repite todo el rato que hay que apretarse el cinturón, el emblema son unos tirantes. Fraga, como no usa cinturón, cree que tiene correa para rato. Acabará en Galicia, de donde sale el viejo espectro en forma de Feijóo, pringoso de Nivea.

Con José María Aznar, los tirantes se convierten en bigote. Al principio, a Aznar se le entiende lo que dice, pues habla con la chulería de un capataz que va a zamparse un cocido maragato (los idiomas incomprensibles los deja para la intimidad); pero al final también Aznar acabará hablando raro, ininteligible. Hablando como para sí mismo. La derecha es un monólogo ininterrumpido, y por eso nunca está abierta al diálogo. A medida que se distingue menos la pronunciación de Aznar, su bigote va volviéndose transparente. Más exactamente, translúcido. Aznar es un Sansón del bigote. Cuando se lo cortan, pierde la fuerza. O quizá aquí fuera al revés. Definitivamente, hoy Aznar ha cambiado la palabra por esa risa de muñeco viejo. En vez de hablar, se carcajea, como las pesadillas del pasado.

La barba de Rajoy puso punto y final a generaciones de bigotes. Lo único que podían hacer los rojos, dejarse barba, porque era gratis, volvió a ser potestad de las derechas. De la barba de Rajoy, viene la de Abascal. Mariano rompió un tabú. Mariano Rajoy también quiere dejar atrás la larga tradición del farfulleo conservador; pero descubre, horrorizado, que al hablar solo le salen disparates. Se tapa la boca con las dos manos, pero los micros de los periodistas le obligan a comprometerse, a pronunciarse una y otra vez. A su pesar, Mariano Rajoy únicamente es capaz de expresarse mediante frases carentes de sentido. Ha intentando lo contrario. Lo ha puesto todo de su parte. Ha practicado leyendo el Marca en voz alta, pero no ha habido manera. Así, cuando Pedro Sánchez le monta la moción de censura, en vez de quedarse en el Congreso a seguir diciendo tonterías, Rajoy prefiere irse por ahí a comer bien. Al fin y al cabo, es un hombre de principios. El alcalde, los vecinos..., sabrán comprenderle.

Corramos un tupido velo sobre Pablo Casado. Parecía que tenía su punto, pero los puntos eran porque se comunicaba en morse. Más que un lenguaje, Casado empleó un código, que nadie quiso compartir. Lo suyo no fue una carrera, sino un telegrama.

De las tonterías de Rajoy, vienen las mentiras de Feijóo. Una mentira es una tontería con asesor. A la gente le gustan mucho las mentiras, porque podemos repetirlas sin necesidad de creérnoslas. Esto con las tonterías no pasa. Si las repites, quedas como el culo. Aunque sean verdad. La gran mentira de Feijóo, y también de la extrema derecha, y por supuesto de los populistas, es que dicen que hablan claro. “Estos sí que dicen las cosas claras”, ahí está el principal argumento de sus votantes. Las mentiras son más claras que las verdades, del mismo modo que el bigote de Aznar resultaba más claro cuanto menos bigote era.


SHARE THIS

0 Comentarios: